XXXVII. Los Jardines De Agua

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Dorne

El lugar apestaba a naranjas podridas. Unas cuantas habían caído de los árboles y se habían reventado contra el suelo de mármol rosado. Jaime tuvo cuidado de no pisar ninguna mientras él y Bronn se escabullian por las laderas de las piscina.

Con el uniforme de los Guardias de Dorne, fue fácil tener acceso a los Jardines de Agua.

«Lo difícil será salir de aquí, con vida y con Myrcella.» Pensaba Jaime.

Durante el día, buscaban a la princesa, y en las noches, se refugiaban en algún rincón del palacio en donde pudieran comer y descansar por unas horas hasta repetir el mismo proceso la mañana siguiente. Por una semana y media, todo había sido infructuoso.

A dónde viera podía encontrar niños. Niños, piscinas y fuentes. El sol era agradable, la brisa salada soplaba desde el mar y se mezclaba en el aire con el olor de las naranjas.

«Myrcella tendrá que dejar esto para ir a oler la mierda de Kings Landing.»

—¿Cómo se supone qu encontremos a tu hija? —preguntó Bronn. Su frente chorreaba sudor, y sus ojos estaban rojos por la insolación de las caminatas diarias.

—Ten paciencia, la veremos en cualquier momento, y entonces...

«¿Y entonces qué?» Se preguntó. A esas alturas, ni siquiera tenía la certeza de que ella estuviera ahí. Tal vez los Martell se habían encargado de ocultarla en otro sitio para mantenerla como rehén. Quizá en Campoestrella con los Dayne, en Limonar con los Dalt o incluso en la Citadel.
«Estás pensando como Cersei.» Se reprochó. «Los Martell no quieren una guerra contra nosotros, no se atreverán a hacerle nada a Myrcella. Esa amenaza oculta en el collar que enviaron era cosa de la amante de Oberyn, sólo eso.»

Tres hombres vestidos de amarillo empezaron a recorrer los pasillos con antorchas altas y encendidas, conforme avanzaban iban prendiendo los farolillos que alumbrarian la noche. Esa era una señal para retirarse.

—Otro día perdido... —graznó Bronn.

Estaba a punto de darle la razón, cuando vio a lo lejos. En medio de un laberinto de rosales, cerca de la piscina mediana con la fuente que emanaba aguas rosadas estaba una muchacha con el cabello dorado como el sol. Era tan alta como su madre, e igual de hermosa. Reía de alguna cosa que el jovencito que la acompañaba le había dicho. Jaime supuso que se trataba de Trystane Martell, el prometido de Myrcella. Era un muchacho altivo, con la piel olivacea y el cabello negro y ondeado hasta los hombros.

La pareja parecía muy feliz, ambos se miraban con devoción. Era ese cariño puro que sólo se puede tener a esa edad.

La última vez que había visto a Myrcella, ella era una niña que no podía tener las manos lejos de sus muñecas. Ahora en cambio no podía tener las manos separadas de las de Trystane Martell. El muchacho se inclinó hacía ella y le dio un beso, largo y profundo.

—Por los dioses... -se burló Bronn— ¿Esa es tu hija? Se ve que la está pasando muy bien aquí, no creo que quiera volver a Kings Landing...

—Cierra la boca —respondió Jaime, incómodo. Las actitudes de ese chiquillo Martell no le gustaban nada. ¿Quién se atreve a besar de esa forma a una jovencita de alta cuna?

—¡Vamos allá, hombre! —exclamó Bronn— Es nuestra oportunidad, quien sabe cuánto pasará hasta que volvamos a verla.

Tenía razón.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora