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El despertador suena, son las 07:45h a.m y es lunes.

Hasta ahí es comprensible que una adolescente de diecisiete años como yo gruña en vez de dar los buenos días, mezcle el café con el zumo de naranja, salga de casa en zapatillas de andar por casa, y, en general, odie la vida.

Pero para mí no solo es un lunes cualquiera a las 07:45 de la mañana; es mi primer lunes en el nuevo instituto.

Me arrastro hasta el espejo que se encuentra en una de las puertas del armario y bufo: hoy mi pelo tampoco tiene ganas de nada. Mis rizos apuntan a todos lados y parece que me miran con los brazos cruzados, instándome a ponerlos en orden y echarle valor.

Después de lo que me parece una larguísima ducha caliente, me visto.
No quiero llamar la atención, -no más de lo que ya lo hago-, así que me enfundo en unos jeans azul claros, una camisa blanca, y encima de esta un jersey burdeos.

Genial, Maribel, ahora pareces un ser humano vivo. Pienso y sonrío con cansancio.

La mudanza fue horrible: muebles por aquí, cajas por allá, “¡cuidado, eso es muy frágil!” por este otro lado... En fin, un caos.

Pero luego pienso en la razón por la que estamos aquí y sonrío, pero esta vez sonrío de verdad, con hoyuelos y todo. Porque al fin podré estudiar lo que me gusta y vivir mi propia vida con el apoyo de mi madre, mi superheroína.

Este es de los pocos pueblos del país que ofrece bachillerato de arte y además, ambas necesitábamos un buen cambio de aires.

Así que con algo de mejor humor bajo las escaleras, siendo movida por el aroma de café recién hecho y tostadas.

–Buenos días, mamá. -saludo, y aunque ella está de espaldas a mí, me acerco y le doy un beso en la mejilla.

–Buenos días, cariño. -me dirige una mirada cargada de cariño y ahí me doy cuenta de que pese a todas las adversidades de mi vida hasta ahora, soy muy afortunada-. ¿Has podido pegar ojo?

Un bostezo evita que pueda contestar de forma instantánea.

–Sí, algo, ya sabes, lo normal antes de pasar a ser la chica nueva del insti. -contesto tomando asiento en la silla frente a la isla de la cocina y le doy un largo sorbo a la taza de café que tengo delante.

Mi madre se sienta a mi lado tras unos minutos y unta mermelada en una de las tostadas.

–Chorradas. Les encantarás. Siempre lo haces.

Y ahí vuelve a estar mi madre, ayudándome a retomar el vuelo cuando mis alas vuelven a estar rotas e inservibles. Ella me abraza, me presta su calidez y me impulsa a seguir.

–Sí, seguro que sí. -murmuro con la taza en mis labios, pero sé que me ha oído.

El desayuno transcurre de forma muy amena y cuando dan las 08:15h salgo de casa. El instituto no me pilla lejos por lo que no merece la pena molestar a mi madre para que me lleve en coche.

IES APOLO”  reza el gran cartel que tengo delante.

Trago saliva y agarro con fuerza uno de los tirantes de mi mochila.

–El sol, la luna, la verdad... -susurro solo para mí un par de veces antes de respirar hondo y completar mi camino hasta la entrada del recinto.

No hay vuelta atrás.

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