Cicatrices (in)visibles

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Tirita cuando llega a su apartamento de Londres. Es junio y hace más calor de lo normal en un verano inglés, pero Remus Lupin casi siempre tiene frío. La ajada gabardina gris le queda grande, le resbala por los hombros. Cuando trata de subírsela como puede, sus articulaciones y sus huesos, que aún tratan de acostumbrarse a su cuerpo humano, crujen y protestan. En las manos lleva una maleta tan desgastada, que cuando la gente se fija en ella se pregunta cómo no se deshace en pedazos.

Más o menos como él mismo.

Está cansado y tiene ganas de derrumbarse en la cama tras una noche en vela, huyendo por el Bosque Prohibido bajo una identidad que es tan suya como ajena. Remus no es viejo, pero lo parece. Apenas rebasa los treinta años, pero desde muy joven ha creído ser un anciano encerrado en un cuerpo que no le corresponde. Cabello rubio pajizo que comienza a blanquearse en las sienes, arrugas prematuras alrededor de los ojos. Alto, desgarbado, la piel plagada de cicatrices. Las más profundas, sin embargo, están debajo de ella, donde nadie puede mirarlas con aprensión ni preguntarse cómo se las ha hecho, pero Remus sabe que existen, que están ahí, latentes, dolientes, sangrando todavía en ocasiones.

De entre todas ellas, justo dentro del pecho, ahí donde su corazón bombea con fuerza, hay una que huele a él. Bajo la piel, Remus Lupin tiene también un lobo que rompe su carne y le destroza durante las noches de luna llena. Los estudiosos de la licantropía dirían que esa es la razón por la que intuye su presencia al otro lado de la puerta, que es el olfato superdesarrollado del lobo el que capta el aroma del intruso. Sin embargo, Remus sabe que su animal interior no tiene nada que ver. La cicatriz que lleva su nombre aúlla y palpita ante su cercanía y la mano de Remus tiembla cuando saca la varita para deshacer el hechizo que mantiene cerrada la puerta de su piso.

«Santo Merlín, todavía tiemblo al pensar en él».

La puerta es vieja y las bisagras se quejan con un chirrido intenso cuando la abre, acallando sus pensamientos. Dejó el piso en penumbra antes de marcharse a Hogwarts, pero un nuevo movimiento de varita descorre las cortinas y la luz gris de Londres inunda la vivienda. No ha sido la varita de Remus la que ha hecho magia. Sabe quién aguarda a su espalda. No se pregunta cómo ha averiguado dónde vive, porque sabe perfectamente, lo ha sabido siempre, que él sabría cómo encontrarle. Quizá tiene una cicatriz como la suya que se agita cuando piensa en él y se desgañita cuando le tiene cerca o intuye su presencia. Remus no lo sabe y no está seguro de querer conocer la respuesta. Remus tampoco quiere girarse y mirar a la cara a su destino, pero Remus fue alumno de Gryffindor y puede que quede en él algo, un rescoldo, los posos de la temeridad de su casa. Por eso se gira. Desde su tumba, Godric Gryffindor aplaude la valentía de uno de los suyos cuando, por fin, los dos hombres se miran a los ojos.

—Lunático.

Voz ronca, pelo apelmazado por la suciedad, delgadez extrema por la desnutrición. Parece un cadáver, con ese rostro pálido, escuálido y de ojos hundidos. Sus ropas de preso le quedan tan anchas que casi parecen un sudario sucio y roto. Pero es él, sin duda. Remus ha conocido a varias personas con los ojos grises a lo largo de su vida, pero ninguno de ellos tenía una mirada tan feroz, tan brillante, tan intensa como la suya. Si alguien le pidiera que
describiera sus ojos, Remus diría sin dudarlo "como una tormenta eléctrica", porque cuando se asoma dentro de ellos ve la furia y la potencia de un rayo encerradas en sus iris.

—Sirius.

Le sale la voz estrangulada. Como si una garra le oprimiera la garganta, como si el dolor al invocar su nombre siguiera ahí como el primer día. Es difícil desprenderse de él, después de tantos años. Por eso le llama Sirius, porque siente que si le llama Canuto, al igual que él ha utilizado su mote, no será capaz de resistir el dolor y caerá de rodillas al suelo, golpeado, moribundo.

Cicatrices (in)visibles [Wolfstar Oneshot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora