No saben con exactitud cuánto tiempo llevan en el parque, recostados en el pasto, mirando el cielo y charlando de cosas sin mucha relevancia, disfrutando de la compañía del contrario y el aire tranquilo de la naturaleza a su alrededor.
Cuando Mirio se digna a checar la hora, se percata de que el último tren está a punto de partir, por lo que se pone en pie y, extendiendo su mano hacia el morocho, sonríe. Tamaki no duda en aceptar la ayuda y en cuestión de segundos ambos ya se encuentran caminando hacia la salida del parque.
La charla en el viaje de regreso es amena, pausada y para nada forzada. Ambos ahora se encuentran sentados en la línea de tren final que usarán este día, uno junto al otro y agradecidos porque el vagón no se encuentra lleno a reventar.
—Hadō dice que deberíamos hacer una agencia— comenta Tamaki, con los ojos entre abiertos por el cansancio y recargandose contra el rubio—. Los tres.
—Algo como la agencia de "Los tres grandes".
—Sí—asiente el pelinegro, cuya cabeza reposa contra el hombro del mayor—. Creo que estaría bien, pero aún no es el momento. Siento que aún tengo mucho que aprender de Fat Gum.
—Te entiendo. Yo todavía tengo que mejorar con mi quirk, estoy algo oxidado. Necesito más experiencia antes de formar mi propia agencia. Aunque no estaría mal que formaramos la nuestra.
El pelinegro asiente, suavemente, percibiendo el aroma fresco del rubio, como menta dulce, y sintiendo el acogedor calor que su cuerpo fortachón despide.
—Sería genial trabajar contigo y Hadō.
Mirio escucha un ruidito de afirmación provenir del menor.
—Tamaki, si quieres puedes dormirte, te despertaré en cuanto lleguemos a Shinjuku.
—No... Hace mucho que no tenemos tiempo a solas— la voz de Amajiki emerge aterciopelada de entre sus labios, lenta y pausada—. No me mal entiendas, adoro a Hadō y a Eri... Pero extrañaba tener momentos así... Sería un desperdicio si me duermo.
Una sonrisa surca el rostro de Togata, una boba y sosa, digna del tonto enamorado que es. Continúan charlando, en voz queda, casi susurrando. Tamaki se aferra al brazo robusto de su mejor amigo para no irse de cara por el movimiento del tren, sujetándose con ambos brazos y acurrucandose cual felino.
Al llegar a su destino, los dos muchachos bajan del tren y comienzan a caminar en dirección al apartamento del menor. Éste se ha negado a ser escoltado por su mejor amigo, pero dado a la insistencia no le ha quedado más opción que dejarlo hacer lo que quiera. Así, con Tamaki aún abrazado a su apéndice, Mirio camina por las calles de Shinjuku que se encuentran iluminadas por el alumbrado público y los letreros coloridos de los distintos locales. En cuestión de minutos, arriban al edificio departamental, pero no entran si no que se quedan afuera, charlando un poco más, recargados contra la pared del edificio color marrón y mirando la Luna desde esa desolada calle.
—¿Seguro que aún puedes volver a tu casa, Mirio?
—Sí. Podría pedir un taxi o ir caminando.
—Podrias quedarte.
—¿Tienes espacio?— Amajiki asiente—. No quiero molestar.
—No lo haces. No digas tonterías.
Una risa suave escapa del mayor y ésta es tomada como una afirmación por el más bajo.
Ambos ingresan al apartamento, pequeño, minimalista, pero cómodo. Tamaki ofrece algo de comer al rubio, mas éste se niega y comenta que lo primordial es que avise a Nejire que no regresará esta noche. Mientras Togata charla por teléfono con la animada muchacha, el dueño del lugar se dirige hacia la habitación extra, encontrándola ordenada y con la cama tendida; Eijirō debió haberse marchado hace ya un rato. Como para confirmar esto, Tamaki revisa su celular, descubriendo que el muchacho de cabello rojo le ha mandado un par de mensajes agradeciendo y disculpando las molestias causadas, a lo que él responde que no ha sido problema, que la casa del morocho es su casa.
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Sentimientos por la Luna
FanficEl Sol estaba enamorado de la Luna, pero ella no sabía que brillaba por él.