Destellos

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Dedicado a Leandro, quién no sólo me apoyó

incondicionalmente a la hora de escribir este

relato; sino qué fue mi inspiración desde el

momento en el cual decidió tomar mi mano

por toda la eternidad.




Destellos

Una taza de café desgastada por los años se destacaba sobre la mesa del comedor. La puerta de pino vieja corrompía el silencio cada vez que la danza del viento la hacía golpear con firmeza la sucia pared ajada de color marfil. Un pequeño insecto se metió por la rajadura de la ventana, pero no tardó en irse por donde había llegado. El sol tocó el horizonte mientras se hacía paso para darle la bienvenida a un nuevo día, y así Mintaka se levantó. Peinó sus cabellos dorados y se vistió rápidamente para salir. El invierno había azotado la ciudad y a Mintaka no le quedó más opción que ponerse su tapado rosa pastel junto a sus botas bucaneras de gamuza negra, de otra manera, moriría de frío. Tomó su bufanda gris tejida a mano y se la colocó alrededor del cuello. Rozó sus manos entre sí para darles un poco de calor y salió por la puerta principal. Una vez afuera observó el cielo. Muchas nubes, poco sol. Cuánta soledad percibía a su alrededor. Caminó lentamente por la acera mientras su mente volaba; imaginaba una y otra vez qué sería de su vida si tan sólo un minúsculo detalle fuese diferente, dado que hasta el más mínimo error puede alterar una compleja ecuación. Mientras iba al trabajo, un niño se le acercó y le sonrió. Mintaka, sin saberlo, había experimentado la mismísima pureza de la vida. El trabajo era algo monótono en su realidad, pero le gustaba. Enseñaba literatura latinoamericana en una escuela pública bastante antigua y decaída por los años, pero el ver esa chispa de interés en sus alumnos por el tema dictado era suficiente motivo para seguir. Mientras avanzaba la mañana le informaron que un profesor nuevo ingresaría a la escuela. No le dio mucha importancia. Mintaka quería un gato. Ese día salió con un dolor de cabeza mucho mayor al habitual, por lo que decidió tomar el camino corto a su casa. Mientras caminaba por la acera cargando un bolso de cuero rosa viejo se topó con un hombre que se manifestaba confundido. Cuando se acercó a él para ayudarlo a enfrentar su desconcierto lo miró de frente y un millón de sensaciones recorrieron su tan tenue cuerpo. Sus ojos color café le susurraron de inmediato que aquel encuentro no era casualidad. Estaba segura que ya lo conocía. Algo dentro de su ser le decía que no era la primera vez que veía esos ojos. El cabello negro rizado cortado al ras para simular prolijidad, su nariz cual triángulo escaleno, sus labios rosados que no dejaban de sonreír, y sus tantos lunares que parecían constelaciones que habían descendido del mismísimo cielo para iluminar su rostro la deslumbraron. No recordaba cómo, pero estaba segura de haberlo tratado antes. Él la miró fijamente, pero no mostró indicios de conocerla.

-Disculpe señorita, estoy buscando una escuela ubicada en la calle Charcas- exclamó el joven con voz cálida

Mintaka se quedó en silencio unos segundos qué, a su parecer fueron eternos. Se preguntó a sí misma si aquella persona tan elegante y singular no era ni más ni menos que el nuevo profesor del que tanto hablaban sus colegas

-Se encuentra a un par de cuadras siguiendo derecho por esta calle- Mintaka señaló con el dedo la dirección -Charcas sube hacia la derecha, el problema es que al parecer alguien se llevó el cartel indicador de las calles.

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