Capítulo 5: Decimoquinto cumpleaños

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Dylan volvió al colegio de Simon antes de que sonara el timbre que indicaba la salida. Hacía un día inesperadamente bueno, así que decidió sentarse en un banco y esperar mientras miraba como los padres del resto de los niños se acercaban.

Había muchas madres hablando entre ellas y hombres de negocios que venían con traje y corbata hablando por el móvil y un maletín en la otra mano. Y él era diferente a toda aquella gente. Se miró a sí mismo, como tenía las piernas cruzadas vestidas con unos vaqueros oscuros y unas deportivas las cuales no recordaba en que año había comprado. También llevaba una camiseta de manga corta blanca y sobre ella destacada la chapa que siempre llevaba colgando del cuello. Llevaba grabado su nombre y su fecha de nacimiento. Se la había regalado su padre a los quince años, y con ella le había dicho que era como las que se repartían en el ejército, dándole a entender que la vida era batalla que tenía que disfrutar, pero que nunca podría ganar.

Recordaba muy bien su decimoquinto cumpleaños. Había estado trabajando de camarero todo el día casi sin descanso. Por la mañana, cuando él se levantó, su padre se preparaba para salir con su hermano hacia la escuela y su madre no estaba. Pero mejor, Dylan disfrutaba más cuando ella no estaba en casa.

Cuando su hermano de cinco años le vio aparecer por el pasillo se soltó de la mano de su padre y corrió a abrazarle.

–Feliz cumpleaños.– Le susurró al oído.

–Gracias, Sy.

–Dylan.– Le llamó su padre y cuando levantó la mirada le vio que sonreía medianamente.– Feliz cumpleaños, hijo.

–Gracias, papá.

–Te he preparado el desayuno. Nos vemos esta tarde, tengo una cosa para ti.– Dijo guiñándole el ojo.

El simple hecho de que su padre le hubiera regalado algo le hizo muchísima ilusión. Incluso en sus tortitas de cumpleaños había puesto dos velas.

Cuando volvió a casa del trabajo, Simon y su padre le habían preparado una pequeña fiesta con una tarta de chocolate y galleta, su favorita. Se sentaron el el sofá y Simon le regaló una postal hecha por él mismo en el colegio que aún conservaba y su padre el collar. Después de aquello, su madre volvió a casa.

–¿Qué demonios pasa aquí?– Dijo notablemente borracha.

–Mamá, es mi cumpleaños.

–¿Enserio? Oh... pues de haberlo sabido, lo habría celebrado.

–Lo estamos celebrando ahora.

–Hablaba de mi.– Perdió el equilibro por un momento.– Hace quince años estaba dando a luz con todo el dolor del mundo.

–Mary.– Le advirtió su marido.

–Si me disculpais, tengo que ir al baño un segundo.

Dylan la escuchó vomitar desde el salón, pero era algo a lo que ya estaba acostumbrado.

Se quedó mirando su chapa que se calentaba al sol hasta que el timbre de la escuela sonó liberando a todos los niños y devolviéndole al presente. Simon le vio al instante y corrió hacia él con una sonrisa enorme.

–¡Eh!– Dijo cuando Simon llegó hasta él y le abrazó.– ¿Qué tal tu primer día de clase?

–Mejor de lo que esperaba.– Dijo mientras volvían a casa.– Los chicos de mi clase son majos.

–Que te lleves bien con los compañeros de clase es genial. ¿Qué tal los profesores?

–Bien, aunque hay alguno que parecen sargentos del ejército.

–Si... siempre hay alguno de esos. Pero no te preocupes, tu puedes con ellos Super Simon.– Cuando Dylan quería animar a su hermano, solía llamarle Super Simon.

De camino de nuevo a casa, Simon le contó a su hermano todo lo que había hecho en la escuela e incluso una vez en casa, mientras Dylan preparaba la comida, él seguía hablando, hasta que se sentaron a comer y Simon le preguntó por su mañana.

–¿Y que tal tu día?– Le preguntó con la boca llena, lo cual le llegó de sorpresa, así que decidió ganar un poco de tiempo.

–No hables con la boca llena.

–Perdón.– Dijo después de tragar.– Pero respóndeme: ¿que has hecho tu?

–¿Yo? Eh... He ido a buscar trabajo.

–Guay. ¿Y has encontrado algo?

–Eh... no.

–Oh. Eso no mola.

–No te preocupes. Encontraré algo.– Dylan sonrió.

–Eso ya lo sé, Super Dylan.– Simon sonrió.

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