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La Reina, que se había despedido tiempo atrás de sus dos compañeros, volvió a su despacho, ilusionada, quizá más de la cuenta, por lo acontecido.

Sin embargo, algo la inquietaba profundamente. Como si una garra oprimiese su pecho, un mal agüero que trató de apartar centrándose en sus papeles.

Pasados unos minutos, tres golpes sonaron contra la puerta de roble, antes de abrirse y mostrar la digna silueta del Mayordomo Real.

-Majestad, Lord Paris Wembley desea solicitar audiencia.

De nuevo, la garra en el pecho de Victoria apretó.

La dama cerró las carpetas, dejándolas a un lado, asintiendo.

-Le recibiré aquí mismo.

El hombre se reverenció, haciéndose a un lado, dejando ver la silueta del joven, que imitó su cortesía.

-Majestad.

-Lord Wembley, por favor. –respondió, con una educada sonrisa, mientras, con un gesto, señalaba la silla frente a ella. – Tome asiento. George, por favor- llamó al Mayordomo. - Traiga un té para nuestro invitado.

El hombre asintió, cerrando tras él al salir. Paris ocupó su asiento, y, ya a solas, sonrió con cierta vergüenza a la Soberana.

-Antes que nada, mi señora, quisiera pediros disculpas por no asistir a vuestra última recepción. –murmuró el joven, con falsa pero convincente aflicción.- No existe excusa alguna para rechazar tan personal invitación, pero, a fuerza de ser sinceros, me sentí incapaz de asistir.

La puerta volvió a abrirse, y el silencio reinó mientras el mayordomo le servía el té al caballero. Cuando, de nuevo, estuvieron solos, Victoria habló.

-Ciertamente, me sorprendió su ausencia, milord. –confesó.- ¿Quizá pudiera preguntar el por qué? No ya como Reina, sino como amiga de la familia que me considero.

Paris desvió la mirada. No podía mentir a su Reina, se consideraba alta traición. Pero tampoco iba a delatarse. Así pues, se aferró a la única verdad confesable de la que disponía, y que, estaba seguro, la Reina ya conocía.

-Y como tal, puedo deciros que me indisposición era más sentimental que física. Aquella mañana tuve una fuerte discusión con mi adorada hermana. No es algo a lo que acostumbremos, por muy diferentes formas que tengamos de ver el mundo, y eso, sumado a nuestra reciente pérdida, destruyó mis ánimos.

Victoria, que le había escuchado con atención y la mirada fija en sus ojos ámbar, asintió.

-Comprendo. Su hermana me había referido algo al respecto, -corroboró. - Confío en que haya venido a resolver sus diferencias, además de a disculparse conmigo.

-Desde luego, Su Majestad. –aseguró el joven.

Victoria asintió. Por un momento, pareció dudar a cerca de algo, y Paris la observó, expectante.

-¿Sabe de los sentimientos de su hermana hacia el señor Clover?

"Demasiado bien", dijo para sus adentros, tratando de evitar crispar el rostro en una mueca de odio.

-Los conozco, sí. De ahí nuestra discusión.

Victoria se tensó un momento. Paris lo notó.

-Y, como bien he dicho, vengo no sólo dispuesto a disculparme con mi hermana, sino a ofrecerle todo mi apoyo en su relación, si llega a darse el caso.

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora