Destino 963

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Pensar que esta fila interminable es la que sellará mi destino en la tierra.

Horas, días, esperando llegar para tener que sacar una bolilla y que el azar marque mi vida para siempre. No hay manera de escaparle a esta tómbola. Puedo caer en cualquier lugar del planeta.

Mientras espero, otro de los que está en la cola, delante mío, me cuenta que era la segunda vez que la hacía: la primera vez me había tocado Italia, en la isla de Capri, pero al parecer hubo un error y me hicieron volver. Según me dijo, él estaba contento con ese destino, sin embargo ahora todo volvía a empezar. Tranquilamente podría tocarle algún país de África o de Asia, en una gran urbe o una campiña perdida -vaya a saber a dónde-.

Entonces fue en ese momento que me dije: y si... me dejo llevar, cierro los ojos y espero a que las cosas sucedan.

¿Tiene sentido ponerme a pensar si es justo o injusto el azar?


Me faltaba poco para llegar. Ahí ví a uno de los jurados meter en el bolillero, el número extraído con anterioridad. O sea, las posibilidades eran infinitas. Todas las ciudades y pueblos de todos los países giraban y saltaban ahí adentro, chocándose unas con otras.

Al llegar mi turno, la bolilla número 47 quedó trabada en el orificio de salida. La 47 pertenece a Noruega. Pero al instante, cayó de nuevo dentro del bolillero, en vez de salir definitivamente. Los jurados volvieron a girar con fuerza, mi destino seguía en juego. Se detuvo. Entonces arrojó velozmente el 963, ésta ahora si salió afuera; como si hubiesen aceitado aquel orificio. El número correspondía a Siria. Mi lugar era Siria. En Siria creceré, en Siria tendré una infancia. Tal vez feliz, tal vez no. Quizá viva ahí toda una vida entera, entre escombros y hambrunas. En una de esas no, quien dice todo cambie y la prosperidad inunde mi destino irrevocable. Tal vez, a lo mejor, luego emigre a otro país, que podría ser Noruega. O no, quién sabe.

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