La venda

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  He sido tímida desde que tengo uso de razón, la típica timidez que se siente al llegar a un colegio nuevo, al conocer a una persona o la de entrar a un bar lleno de gente, ser miope y ponerte a buscar a alguien con la mirada.

  En cambio, esa timidez nunca me impidió hacer amigos, ya que cuando entraba en confianza era una persona de lo más abierta y extrovertida. Tenía amigos a montones, en varias partes del país, además y siempre me preocupaba por saber de todos e intentaba ayudaren la medida de mis posibilidades. 

  ¿Alguno estaba enfermo, en su familia había males? Le llamaba o iba a su casa y me interesaba por su salud. ¿Le faltaba dinero? Prestaba lo que tenía, porque como dice el refrán "el que tiene lo que da, no está obligado a más". ¿No tienes a nadie que vaya contigo a algún sitio? No te preocupes, yo intento cambiar mis planes y te acompaño.


  Al principio no me importaba los sacrificios que hacía por esa dedicación innata que salía de mí. Es más, me gustaba ayudar, ser útil y me sentía hinchada de orgullo cuando me mandaban un mensaje o me llamaban para pedirme un favor.

  La sensación que me causaba en el organismo el saber que alguien recurría a mí, solo para que lo ayudará era algo imposible de describir con palabras, era como una adicción y cada día necesitaba más.


  Empecé a dejar de lado todo lo referente a mí misma, mi tiempo, aficiones, problemas, etc. solo estaba pendiente de ayudar. Poco después se empezó a notar que las ojeras marcaban mis ojos, que estaba más cansada de lo habitual y es que los problemas de todo el que ayudaba me pasaba factura de una manera u otra. Bien porque fueran difíciles de resolver, bien porque eran temas que se escapaban de mis manos, me causaban dificultad al dormir, entre otras.

  Mi empeño en ayudar me estaba afectando psicológicamente hablando y mi madre, en su infinita sabiduría, me recomendó relajarme un poco y centrarme más en mí.


  Fue difícil al principio, no voy a negarlo, pero poco después mi abuela enfermo gravemente y apenas tuve tiempo de pensar en otra cosa que no fuera ella. Poco a poco dejé de interesarme por ayudar a la gente.

  Pasaron unos largos y duros meses hasta que finalmente ella falleció y yo, hasta el último momento guarde la esperanza de que alguno de mis amigos descolgara el teléfono como tantas otras veces, pero en lugar de para pedir ayuda, para ofrecerla.

  Entonces el mundo cayó a mis pies, me había desvivido por y para los demás, me lo hubieran pedido o no, y ahora que estaba en uno de los peores momentos de mi vida, nadie estaba a mi lado para tomarme la mano y decirme: tranquila, aquí estoy.

  No quería que me dieran las gracias por mis acciones, ni que hicieran reverencias a mi paso, todo lo había hecho de forma gratuita y voluntaria. En cambio solo pedía un poco de empatía, de amistad, de cariño.


  Conseguí abrir los ojos y empecé a distanciarme de esos "amigos" y sólo conservé a aquellos que estuvieron a mi lado cuando murió mi abuela. Las quejas aparecieron enseguida, pasé a ser la mala, la que había cambiado, la egoísta.

  Ya no tenía tiempo para nadie, estaba perdida, no había quien me viera. Dejé de felicitar cumpleaños, noviazgos, bodas, embarazos, bautizos, nuevos empleos y subidas de sueldo. Dejé de sentir enfermedades, males, penas y muertes ajenas. No me interesaba nada ni nadie más allá de mis imprescindibles y así conseguí volver a ser feliz.


  Ofrece tú tiempo al que lo merece, porque quizás un día necesites a alguien y aunque parezca que lo necesitas para una tontería, para ti es importante. En esos momentos se descubren a los verdaderos amigos. 

  No regales tu energía a personas que sólo te llaman en sus malas y no te avisan para sus buenas, ese es mi consejo.

FIN❤

Improvisando~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora