Capítulo 3

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Nunca había sentido tanto dolor. 

Era perdurable, filoso, arrebatador. En toda su vida no había explorado las magnitudes que podía alcanzar el sufrimiento dentro de sí misma. Los sueños que podía destruir y las vidas que podía aplastar en cuestión de meses, semanas, días o solo minutos. No era ella, había dejado de serlo hacía mucho tiempo, se había perdido a sí misma y no podía encontrarse. Solo hasta la noche anterior, en los brazos de su mayor tormento, en los brazos de su propio fantasma. ¿Cómo podía ser posible? 

Corrió rápidamente empujando las puertas de su habitación que de repente eran más pesadas de lo normal y luego cerrándolas con afán detrás de sí. Dejó salir el aire que contenía casi que asfixiándose a sí misma y se frotó las manos con desesperación por el rostro intentando mantenerse concentrada en lo que quería hacer. Nunca sentiría la vida otra vez... Nunca superaría tal cantidad de dolor que encerraba dentro de su propio cuerpo. 

No podía vivir así, no podría seguir, prefería dejar de hacerlo y nunca esperó sentirse tan destruida como para reconocerlo. Necesitó pasar por tanto para entender que el mundo no estaba hecho para ella y mucho menos para su hermano, que era como su propio dios. Ambos no encajaron nunca, no pertenecían y ella siempre lo supo, pero necesitó estar sin él para recordarlo.

Encendió el cigarrillo de mala gana, afanada, temblorosa, llorando frenéticamente. Al verlo encendido se lo puso en los labios e inhaló sin perder tiempo. Miró al vacío desde el balcón y asintió envalentonada, iba a conseguirlo... iba a encontrar el valor necesario. Tragó duro el nudo que dolía haciendo presión en su garganta.

Escuchó que la llamaban o quizás solo era su imaginación, no podía saberlo. Los límites entre lo real y lo irreal eran difusos, había perdido la razón y para ese momento, no le sería extraño escuchar voces. Parpadeó confundida, un poco desorientada y mareada. Evidentemente estaba perdida en su propia miseria y no parecía haber punto de partida, ni de final. No esperaría a que la desgracia terminase de destruirla de todas formas, no esperaría sentada a las malas noticias, no podía esperar más. 

Casi se arrastró por el suelo sintiendo como tocaban las puertas estruendosamente, pero para ese momento ni siquiera sabía si realmente estaba pasando y entonces, llegó hasta donde pretendía. Allí, debajo de la almohada en su cama, estaba la fotografía de Giles a la que se aferraba cada noche. 

La tomó en sus manos y la besó en medio de lágrimas y muchos alaridos que mostraban su profundo estado de sufrimiento. Era como un animal herido, moribundo, echado a perder y daba tanta pena...

—Estaremos juntos. —prometió apretujándola contra su rostro y cuando se levantó entre tambaleos, la sujetó fuerte contra su pecho como su salvavidas.

Iba llorando mientras salía al balcón y el viento azotaba su cabello, la lluvia la mojaba y el dolor la desgarraba. Sentía el frío congelante, ese que antes era su amigo y que ahora se le antojaba muy cruel. Ya ni siquiera era tan fuerte para soportar una pizca de lo que antes podía. Se vio en el horizonte del cielo oscuro, donde su hermano todavía estaba despierto y podía sonreír cuando la veía. Donde quería estar, donde habría felicidad y nada de qué preocuparse. Donde Theo no podía hacerle más daño con su indiferencia. Donde podía estar viva sin necesidad de nadie más. Y mucho menos él. El culpable de que su hermano no estuviese allí para evitar la locura que estaba por cometer.

—Nadie lo entendería. —susurró sollozando casi sin aliento. Se deshizo de la chaqueta que todavía llevaba puesta y la lanzó por el balcón. —Solo abrázame hasta mi hora final, hermanito, no tardaré... Bueno, eso creo, esto no era lo que esperaba... pero lo me lo merecía, ¿no?

Tormenta eléctrica ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora