"Bueno, si querés que baile", dijo Renato, retorciéndose en el regazo del hombre de nuevo, "Voy a necesitar algo de música."
Con una mano que ni ahí era tan firme como lo había sido antes, Rolex sacó un celular de su bolsillo. "Acá. Cientos de canciones. Usá lo que quieras."
Renato miró la pantalla. "Si no hay nada acá con lo que pueda bailar, serán otros cinco mil."
El hombre tragó saliva. "Mierda, descargá más si querés. No me importa. Sólo..." Señaló por la ventana hacia el hotel al cual se acercaba el auto. "Hacelo."
Sí. Sí, hagamos esto.
En el camino dentro del hotel y por el ascensor, el castaño revisó la biblioteca del cliente. "Uuh, tenés a Kylie." Le dirigió una sonrisa a Rolex. "Parece que nos estamos encaminando."
Rolex resopló. "¿Qué hombre gay no tiene algo de Kylie?"
"Bueno, si no la tuvieras," dijo Renato, deslizando el celular en su bolsillo trasero, "la hubieras tenido en breve." Miró a Gabriel. "Estoy listo para esto. ¿Y vos?"
El rizado deslizó un brazo alrededor de la cintura de su compañero. Mirando fijo al cliente, le susurró al oído: "Estoy muy preparado para esto." Y algo más.
"Yo también," dijo el castaño con la misma suavidad. "Una o dos horas de trabajo, y ninguno de los dos tiene que preocuparse por el alquiler por un tiempo."
El corazón de Gabriel se hundió un poco, pero trató de no mostrarlo. El alquiler. Por supuesto.
Rolex les abrió la puerta de la habitación e hizo un gesto, no hacia el dormitorio, sino hacia el área de la sala de estar de la suite. Esta vez, el champán ya estaba en el balde. Tres copas. El hombre había tenido mucha confianza (o esperanza) de que fueran con él.
Renato caminó hacia el aparador con el celular en la mano, navegando por el menú en el teléfono. ¿Armando una lista de reproducción? Gabriel inhaló profundamente, tratando de pensar con la claridad suficiente como para preparar bien esto para el cliente. Rolex dirigía el show, estaba pagando por eso, lo que significaba que tenía que disfrutarlo, idealmente de una manera espectacular y que le haga perder la consciencia. Y preferiblemente de alguna manera, pensaba mientras su mirada se deslizaba hacia su compañero, que no le impediría seguir lo que quería esa noche.
Rolex se acomodó en el sofá, por lo que Gabriel buscó una silla de respaldo recto que sacó de un escritorio en la esquina más alejada y la colocó detrás de él, colocándola del revés. En lugar de mirar directamente al cliente, optó por un ángulo de tres cuartos, lo que le daría al sombre la mejor vista de ambos.
"¿Alguna vez te hicieron un baile privado?" Preguntó el cliente.
"No puedo decir que lo hayan hecho."
"Deberías venir a los Estados Unidos. Conozco algunos lugares espectaculares."
Gabriel sonrió. "¿Wall Street?"
"No es lo que tenía en mente, pero sí, ahí también." El hombre le sonrió y le guiñó un ojo. "¿Champán para relajarse?"
"No bebo mientras trabajo."
"Todavía necesito entender cómo un fanático del control como vos se volvió un trabajador sexual." El cliente parecía algo curioso. No había veneno ni rencor en sus palabras.
Sabés, no es tan extraño.
"Soy bueno en lo que hago," fue todo lo que ofreció el rizado.
"Sí," dijo Rolex por encima de su vaso, "definitivamente lo sos."
Renato sacó otra silla de respaldo recto y la colocó a unos pocos centímetros de distancia de su compañero, frente a él. El corazón del rizado se aceleró de nuevo. El chico estaba estaba haciendo hasta lo imposible, ¿no? Bailar en una silla vacía antes de bailar sobre él. Provocándolo, por supuesto, pero tal vez eso le daría a Gabriel algo de tiempo -lo que dure una canción, al menos- para planificar cómo recuperar el control y hacerle saber al chico, en términos no alevosos, su mensaje: te deseo.
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Intercambio. [Quallicchio]
FanfictionGabriel y Renato son trabajadores sexuales en Jardín Paraíso, un club de Puerto Madero (Capital Federal) que atiende a los más adinerados de la zona. En una de sus noches de trabajo, un empresario pide algo un poco peculiar: quiere reservarlos a amb...