Cuando solo eran tres

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Cuando Samuel cumplió los tres años pidió a su papá una mascota. Puesto que la gata del vecino había tenido crías, le llevó la mañana de su cumpleaños un gato color negro un poco despeinado y flaco.

El segundo regalo por su cumpleaños se lo dio el gato: Una inflamación. A las dos horas de que el gato llegara a su casa se encontraban en emergencias.

—¿Cómo esta doctor?

—Bueno, Samuel esta fuera de peligro. Solo tuvo un pequeño problema de alergias producto de la exposición al pelo del animal. De ahora en mas consideramos necesario que se lo aleje de los gatos y le daremos un medicamento que lo tomará de por vida si es necesario para controlar las alergias.

—¿Por qué mi hijo no podía respirar si solo fue un pequeño ataque de alergia?—dijo la madre.

—Los cuerpos reaccionan de manera distinta. Nuestra hipótesis es que la exposición a una pelusa puede haber cerrado la garganta de Samuel, pero no se preocupen—dijo tendiéndole un frasco—Con este medicamento, se limitará a tener un simple resfrió en presencia de los gatos.

—Bien, gracias doctor.

Samuel salió un par de horas después del hospital y al llegar a la casa fue en busca de su gato, pero ya no estaba. Su mamá se lo habían regalado al tío Oscar, un viejo malhumorado que por alguna razón no simpatizaba con Samuel y siempre que lo veía hacía algo al niño.

Samuel corrió a casa de su tío y lo vio. El viejo frente a sus narices le quebró el cuello al animal

—¡No! Yo estoy bien ¿Por qué lo mataste?

—Los gatos negros son de mala suerte mocoso, hay que matarlos.

—Pero él no hizo nada. Era solo un gatito.

—Tú tampoco has hecho nada.

Y acto seguido, le pegó.

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Samuel no dijo jamás nada acerca de por qué siempre tenía al menos un golpe.  Habían pasado ya dos años del incidente del gato y sus padres lo dejaban al cuidado de su Tío Oscar cada mañana en la que trabajaban. Su padre creía que jugaba bruto con otros niños y le retaba por las marcas que solía llevar.

Un día Samuel apareció con un ojo morado totalmente y sus padres se asustaron.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada.

—¿Cómo que nada?—dijo su padre—Te enviamos a la casa de tu tío y te has vuelto a ir a pelear con los niños del barrio. Siempre que lo haces vuelves con un golpe

—Déjame ver—dijo su madre tomándolo de la barbilla.

—Estoy bien, déjame solo—dijo el apartándola.

Samuel corrió a su habitación y se encerró. Lo que siempre había caracterizado a la casa es que sus paredes eran muy delgadas, por lo que en cuanto se fue, aún pudo escuchar la conversación que sus padres mantuvieron en la cocina.

—Estoy preocupada Pedro. Realmente preocupada. Nuestro hijo es un indisciplinado.

—Al menos formará el carácter.

—¿Qué clase de broma fue esa? Crees que a golpes se vaya a formar su carácter—dijo ella furiosa.

—Tiene solo cinco años, los niños a su edad vuelven con golpes a casa.

—No cada día. Tal vez deberías llevarlo tú mismo allí y no dejarlo ir solo.

—O Tal vez deberíamos dejar de que lo cuide el tío Oscar y así evitaríamos que se escape de camino— dijo recriminando Pedro, pero negó con la cabeza—De todas formas, encontrará la forma de irse a pelear por allí. Se me ocurre algo mejor.

El poder esta en sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora