capítulo dieciseis

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Siempre me gustó sentarme atrás de todo en las filas de los bancos del colegio, desde acá hay más libertad de hacer lo que quisiera aunque siempre está ese prejuicio de los profesores sobre cómo los que se sientan al fondo no son buenos estudiantes y solo sirven para molestar. Mis amigos seguro entran en esa categoría, pero yo no, llamar la atención para que me reten siempre me pareció innecesario. Pero, también me gusta hacer la mía, como ahora. 

Estoy escribiendo le letra de una canción que está procesando en mi mente desde el fin de semana. No tengo recuerdos de haber pasado uno tan bueno, fue increíble todo lo que Ludovica me hizo sentir con tan solo su presencia. Pero no se trata de eso, sino más bien de mi admiración hacia ella como mujer, lo que me provocó desde el momento uno que la vi en el Círculo y todo lo que transmite en el escenario. La canción la describe y por eso le puse Adicción.

La emoción es tanta que incluso ya le hablé a Eze para preguntarle si quiere cantar conmigo, sé que en muchas canciones ayudó a Ludo y me gustan, mantiene el estilo al que me estoy acostumbrando y estoy seguro que entre los dos podemos hacer una bomba. Él claramente no dudó en decirme que sí cuando le pasé parte de la letra y organizamos para encontrarnos en el estudio cuando salga del colegio. Le contagié tanto las ganas de hacerla que me dijo que va a escribir algunos versos para mostrarme.

Sentí como el Negro me codeó haciendo que marque por demás mi hoja. Lo miré mal diferente a él, que está expectante. Estamos en la hora de matemáticas y la profesora siempre nos deja hacer la tarea en conjunto con el criterio que así podemos ayudarnos junto con el compañero de al lado, sin tener que depender de ella. En pocas palabras se hartó de las preguntas estúpidas que podemos llegar a hacerle y nos designó el apoyo colectivo. Igual, su permiso tiene un límite, solo nos permite hablar con los respectivos compañeros de banco, alguien se llega a dar vuelta y levanta la voz en el cielo.

—¿Qué onda eso?

—Nada, algo que quiero hacer —murmuré sin importancia mientras borro el rayón que Joaquín me hizo hacer. Él asintió agarrándolo para leer.

—¡Fua, loco! Estás enganchadísimo.

Sonreí negando, ni siquiera puedo decir lo contrarío, porque sería mentira. Me miró expectante y le saqué la hoja. Me olvidé de contarle lo nuevo. Lo peor, es que se me re pasó, no tuvimos un momento a solas para hablar igualmente.

—El viernes estuvimos...

—¡Me estás jodiendo! —gritó haciendo que toda la clase lo mire, la profesora no fue la excepción— Perdón profe, es que este pibe no sabe ni sumar...

—En silencio Montes.

—¡¿Y a él no le va a decir nada?! —se quejó, le pegué una patada por querer hundirme a mi también, es un estúpido.

—Usted gritó.

—Eso te pasa por ser rubio, gil... —me miró mal a la vez que llevó su mano a la pierna para acariciarla, no había sido muy sutil en pegarle. Me reí—  ¿Y qué onda?

—No decepciona ni un poco... —le dije en un suspiro, mordí mis labios negando sin poder contenerme. Los recuerdos de esa noche me empezaron a invadir, como cada vez que tengo un momento para pensar— Le pedí para salir.

—¿Y qué te dijo? —preguntó sin dejar de lado su sorpresa.

—Me dijo que le gusto y que sí, así que ya no estoy soltero... ¡Me encanta amigo!

—¡Bien ahí hermano! Se nota que estás loco por esa mina.

Cuando el timbre del recreo sonó, nos fuimos a sentar al pasto. Cielo se enteró por Ludovica lo de nuestro noviazgo y no dudó en venir a increparme ni bien me vio, su desesperación es tanta que ni siquiera le importó el hecho de compartir el rato con mis amigos. Después de contarle lo básico y en códigos, porque tampoco es que quiero que ellos se enteren de tanto, se relajó en el árbol y aproveché para tirarme encima de ella y pedirle que me acaricie el pelo. Amo que lo haga.

Entre versos y otros prejuicios | Primer ParteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora