Nueve

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Marguerite salió apresuradamente de la secreta entrada trasera de la casa del placer sobre Barrington Square y se dirigió hacia el parque. Discretamente escondidas en su bolso tenía una selección de pequeñas esponjas marinas y un poco de aceite de tanaceto, cortesía de su madre. Sus mejillas todavía se sentían calientes después de las francas explicaciones de Helene, pero Marguerite estaba agradecida, a pesar de todo.

Para su continua sorpresa, su madre no había exigido ningún detalle del motivo por el cual de repente Marguerite estaba dispuesta a escuchar una charla acerca de cómo evitar el embarazo. Marguerite sospechaba que Helene estaba contenta de que su hija estuviera contemplando la posibilidad de hacer el amor con alguien y se había abstenido de cuestionarla por temor a distanciarla completamente. Helene no era así en absoluto, pero Marguerite estaba agradecida por el indulto.

El reloj de la torre de la iglesia en la esquina de la atestada cuadra indicó las once, y Marguerite apresuró sus pasos. Tenía que ir a lo de los Park para celebrar el cumpleaños de Park Jimin. En realidad, no tenía ganas de asistir, pero su suegra había insistido, y había prometido a regañadientes hacer acto de presencia. Los Park en
masa no estaban muy contentos de verla, pero a ella siempre le había gustado Jimin, el hermano menor de Henry, y estaba dispuesta a enfrentarse a los demás por su causa.

Manchas de lluvia oscurecían las losas delante de ella, y las nubes cubrían el brillo del sol. Por lo general era mucho más rápido cruzar por los jardines de las plazas adyacentes que ir por las calles invadidas en su coche. Pero no había contado con la lluvia. Marguerite recogió su falda de muselina de color verde pálido y corrió hacia los imponentes escalones blancos de la Casa Park. Con la cabeza baja, no estuvo totalmente sorprendida cuando se chocó con otra persona que también subía los escalones.

—Perdón, señor, —exclamó mientras él la estabilizaba del codo y evitaba
su caída. —No podía ver a dónde iba.

—Me di cuenta de eso.
La sonrisa del hombre era afligida como si ella de algún modo lo hubiera herido en su precipitada estampida.

Marguerite se soltó de su alcance, se
enderezó el sombrero y lo agitó con una pequeña reverencia.
—Como he dicho, me disculpo. ¿Le he hecho daño?

Mantuvo la mirada fija, su rostro pálido e inescrutable, y sus claros ojos azules fijos en ella. Lo que ella podía ver de su cabello era color negro
cuervo, haciéndole a suponer que estaba en sus treinta y pocos años.
Llevaba una chaqueta de corte simple de color azul oscuro, pantalón negro
y botas bien lustradas, que brillaban a pesar de la penumbra.

—No, en absoluto, ma'am. —Él le ofreció su brazo. —¿Entramos?

Marguerite vaciló, pero él no siguió adelante. No era un miembro de la
familia Park que hubiera conocido antes, pero eso no significaba que él no tuviera perfecto derecho de estar en la fiesta. A regañadientes puso sus dedos sobre su prístina manga y se dirigió al interior. Él se quitó el sombrero, esperó a que ella le diera su pelliza al lacayo y subió las escaleras hasta el salón a su lado. Ella no podía quejarse de sus modales, pero había algo en su completa apreciación que la inquietaba.

—¿Marguerite?

Levantó la vista cuando Lady Park se acercaba a ella. —Buenos días, ma'am.

Lady Park rozó sus labios contra la mejilla de Marguerite y luego se volvió hacia su compañero. —No sabía que eras conocido de mi nuera, Lord Jungkook. ¿Henry os presentó?

Marguerite dio un pequeño paso para alejarse de su silencioso compañero.
—No hemos sido formalmente presentados. Simplemente llegamos casi juntos, y Lord Jungkook tuvo la amabilidad de escoltarme.

Perversión. » k.th (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora