CAPÍTULO 1.

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Se respiraba un ambiente muy veraniego aquel mes de mayo, y lo único que yo respiraba era agobio por mis exámenes. Tanta presión que creí que me iba a explotar el pecho. Y en aquel momento, el único que tenía para tomarme un respiro observando como mi madre y sus amigas cotorreaban y, muy de vez en cuando introduciendome en la conversación para soltar alguna respuesta aguda para mi edad, entraste por la puerta. Nadie del otro mundo, nadie que me llamara la atención especialmente, he de admitir, y por si no llegas a leer esto, para quien lo lea, que lo único que sentí es algo que casi no puedo expresar con palabras. Aunque bueno, voy a intentarlo, no por ti ni por quién lo lea, si no por mí misma. Me gustaría plasmarlo de alguna manera ya que no he sido capaz de hacerlo hasta ahora. ¿Preparado?

Sentí una corriente en mi cuerpo, muy leve, como un cosquilleo, pero muy intenso. Como un abrazo con alguien especial, como lo que sientes cuando te enamoras por primera vez. Pero todo eso lo sentí sin apenas verte, sin cruzar palabra contigo.

La jodiste al abrir la boca, amigo, o eso creía. Vaya ilusa.

Me empezaste a hablar de la absurda moda del momento, de cuyo nombre no quiero acordarme (si alguna vez me has oído contarte este momento, sabrás de lo que hablo), cuyo único fin con la que lo usaba era para desestresarme en los exámenes. Y lo que pensé: este personaje o ha salido de The Big Bang Theory o de Asprona. Bueno, te aguanté porque es lo que hacen las niñas buenas, aguantar a los amigos de su madre, o a los amigos de los amigos qué más da. Además, como tú bien sabes, jamás he sabido decir que no. Y a ti menos.

El caso es que pensé que después de decirte adiós ese día creí que no íbamos a volver a vernos. ¿Te está gustando la historia? Tranquilo, sabes que esto es solo el primero de muchos capítulos.

Memorias De Un Cuarto Menguante. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora