Hoy no solo lloro por mí,
hoy mis lágrimas se vuelven más pesadas
porque también lloro por ti,
lloro al saber que nunca te supe amar,
lloro al saber que fui lo suficientemente inmaduro
para no comprenderte,
lloró y deseo que una de mis lágrimas
recojan las que yo provoque en ti.
Yo que no supe amar,
ni resguardar tu amor,
más que nunca hoy comprendo
que amar es desconocer,
y hasta en eso me equivoco,
porque tal vez no sea así;
sino que yo ame desconociendo.
Naufragando en mis ideas
aún no soy capaz de afirmar o negar
que cosa es,
y si alguna vez afirmo o niego
en lo que escribo,
anticipo mi error
porque ese día mi arrogancia
me habrá llevado a suponer,
algo de lo que nadie ha llegado a conocer.
Y hoy no solo lloro; sino también me burlo,
me burlo de esos charlatanes
que dicen comprender el amor,
y deseo que el rio los lleve a mis orillas,
como me lleva cada piedra
que he de esquivar,
así acorralar charlatanes mordazmente,
y gritarles al oído que nunca lo hicieron,
que cuando lo hagan,
el amor dejara de existir.
Porque ¡señores, señores ingenuos, charlatanes¡
¡No predigan que comprendieron el amor,
porque el amor no existe para ser comprendido,
existe para ser sentido¡
Al no comprender esta paradoja
retumbó en mi cuarto
como lo hacen las burbujas en mi cabeza,
retumbo y berrincheo
como lo hace un niño caprichoso,
que se regocija en su desdicha
por no recibir el regalo navideño,
ese regalo que anhelaba del gordito
que interpreta a caperucita roja
en fiesta de Halloween.
Si suenan a ironía estos versos,
es porque aún no amo
¡Y si¡, llamaré a este poemario
el soneto de versos ironiosos,
y aunque no estoy seguro
si existe esa palabra o no,
¡lo hare¡
Porque en nombre del amor,
todo vale
yo que provoco un drama del amor,
termino mis versos con la antesala
de este poema
que por vergüenza va al final:
Un drama de ironía,
contado por un hombre o niño
que aún no sabe amar.