La bikina

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Fue en un tranquilo pueblo a la mitad de Jalisco, realmente no me acuerdo de su nombre, pero allí estaba yo, un joven músico, en busca de trabajo, nuevas ideas, y por supuesto, no estaba cerrado a encontrar el amor.

Muchachas en sus preciosos vestidos de colores pasaban frente a mis ojos. Y como forastero que era yo, muchas de ellas me miraban aunque fuera de reojo, a lo que yo respondía con un saludo con mi sobrero y una sonrisa.

Era hora de tomar algo, pues el sol estaba llegando a su punto más alto en el cielo. Una fonda sería suficiente para calmar el hambre y la sed de un joven viajero sin vaciar mi bolsillo.

Me senté en una de las sillas junto a la ventana, pues el negocio daba a la plaza principal del pueblo, una hermosa vista para descansar y comer.

—Buenas.

Me recibió una voz que salía desde la cocina, una señora bonachona y ya algo mayor, por lo que se podía ver en sus canas. Le indique cuales serían los platillos que tomaría ese día y se retiró nuevamente para traerlos.

Fue en ese momento, que delante de mí, paso una figura agraciada, envuelta en un elegante vestido negro y un rebozo de seda entre sus hombros. Era mayor que yo, eso era seguro, caminaba elegantemente, y su cabello negro, que se mecía con el viento, no hacia más que incrementar su belleza y su elegancia.

—Muchacho ¿Acaso te interesaste en ella?— me pregunto la señora, que regresaba de la cocina y noto mi mirada a aquella belleza.

—¿Eh? Bueno, ella es muy bonita.

—Uuuy, mejor ni lo intentes mi'jo, en todo el tiempo que llevo conociéndola no la he visto más que una vez con un hombre, y ese jamás se volvió a aparecer por aquí.

—¿Eh? ¿En serio?

—Pobrecilla, en cualquier caso, come mi'jo, que se te va a enfriar.

Y eso hice, pero no pude dejar de pensar en aquella mujer, y menos con aquello que la anciana me había contado.

Salí de ese lugar con el estómago lleno, pero con el bolsillo más vacío de lo que pensé, tocaba trabajar si no quería dormir en la calle...nuevamente.

¿Y qué podía hacer un joven músico viajero para ganarse unos pesos? Tocar música, claro está.

Las escaleras del quiosco del centro de la plaza serian un buen lugar para trabajar.

Abrí el estuche que junto a mi maleta me acompañaba por todos lados, me quite el sombrero, lo puse delante de mí y comencé.

Las miradas curiosas de las muchachas, los niños que bailaban divertidos mi canción, las personas en sus comercios, meciendo las cabezas al compás de la música, todos parecían disfrutar de mí son...pero ni una moneda había llegado como recompensa a ella.

Pensé en guardar mi instrumento cuando vi nuevamente a aquella elegante figura aparecerse por la plaza, y sin saber porque, empecé a tocar una de las canciones más bonitas que me sabía, quizá de esa manera llamaría su atención, aunque fuera por un solo momento.

Y así fue. Aquella bella mujer se mostró curiosa por la canción que tocaba en ese momento, por lo que camino hasta estar a unos pocos metros de mí.

Podría jurar que en aquel momento la atención de todas las personas en la plaza se centró en nosotros dos, mirando atentamente a la escena sin dejar de murmurar lo que seguramente serían los chismes del día siguiente.

Y finalmente, después de unos minutos, la música termino y aquella mujer, que aparentaba todavía la edad de una muchacha con sus ojos azules y su cabello negro como el azabache me miraba pero sin verme, como si yo fuera solo otra cosa en aquel espacio.

Busco algo en la canasta que cargaba en su brazo. Saco un monedero, y de él, un par de monedas.

—Gracias señorita.

Y sin mediar palabra, se dio media vuelta y siguió su camino.

—¿Dos monedas eh?— No sería suficiente para pagar una habitación para la noche, pero quizá si sería lo suficiente para un tequila para calentarme en la noche.

Fue en el bar, esa noche que pude saber más de esa mujer, había llegado hacia un tiempo, solía hacer labores domésticas, ayudar en casas, ese tipo de trabajo. Parece ser que buscaba a alguien, pero ese alguien la encontró antes a ella, ha sido el único hombre con quien la habían visto en todo ese tiempo, pero después de eso, nunca más lo volvieron a ver, y ella se volvió mucho más seria de lo que ya solía ser. Incluso eso le había llevado a ganarse un apodo entre la gente. Ese apodo era La bikina.

Salí del lugar con varias cosas en la cabeza, pero, es decir ¿Qué me importaban los problemas de la señorita?, yo solo estaba aquí de paso. Además yo tenía mis propios problemas, como por ejemplo, donde iba a dormir esa noche.

Caminando por la plaza, note una figura en las escaleras, estaba en posición fetal, pero el vestido, el rebozo y su hermoso cabello la delataban.

Sin decir nada, me senté a su lado, nuevamente saque mi instrumento de su estuche y empecé a tocar la melodía más dulce y suave que pude recordar.

— Chiquillo, si lo que quieres es más dinero ya no tengo más, así que deja de tocar eso y déjame sola.

—No hago esto por dinero señorita, simplemente quiero reconfortar a alguien que se siente mal.

—Entiendo— Y al decir eso, se levantó, quito el polvo de su vestido y se fue de ese lugar sin decir nada más.

—Muy bien— Me levante, decidido a hacer algo, no sabía qué, pero lo haría.

Pase algunos días más en el pueblo, tocando y conociendo gente, incluso algunas personas se unieron a mí a tocar el aquel quiosco. Pero en ninguno de esos días, aquella mujer volvió a pasar por ese lugar.

Tocaba por las mañanas, y componía por las noches, una canción era lo único que podía hacer por ella.

Así fue hasta el día que finalmente la volví a ver caminando por aquella plaza, como siempre, caminaba sin ver realmente a nadie.

Todo estaba listo, y no iba a dejar esta oportunidad dejar pasar.

Empecé a tocar mi instrumento, un fiel violín que estaba conmigo en las buenas y las malas. Me siguieron guitarras y trompetas y por fin, termine aquello que había empezado.

Solitaria camina la bikina...

La mujer ya se había ido. Había captado su atención al decir ese apodo que seguramente ella odiaba, y cante todo aquello que yo sabía de ella, no sé si la ayude, pero al menos se quedó hasta el final.

Un par de días más habían pasado y era tiempo de irme de aquel pueblo.

Caminaba por las calles más alejadas del centro, mi maleta y mi estuche me seguían.

Hasta que una figura familiar interrumpió mis pasos.

—Es muy descortés hacer una canción sobre alguien que no conoces bien ¿Sabías chiquillo?

—¿Cómo sabe que era sobre usted señorita?—Le dije burlón—

Ella no dijo nada más, camino a un lado mío con un orgulloso semblante y se detuvo unos pasos después de rebasarme.

—Porque yo soy La bikina chiquillo— sonrió— gracias por la canción.

Le respondí aquello con un saludo con mi sombrero, y ahora sí, satisfecho conmigo, fui en busca de otra aventura, de otra canción.

La bikinaWhere stories live. Discover now