—Nina, ¿me escuchas? —La voz de mi padre resonó lejana, como si viniera debajo del agua.
Abrí los ojos, mis padres estaban frente a mí observándome de manera cansina. Estaba en una camilla de un hospital y no en mi casa, ¿porqué me observaban tranquilos?
Aunque lo cierto es que no estaba en el cielo, tampoco en el infierno.
—Pensé que había...muerto —exclamé con un alivio incrédulo incorporándome. Me resfregue los ojos intentando enfocarlos.
Mis padres rieron a carcajadas. Me sentí un poco desorientada, se comportaban como como si nada grave hubiera sucedido aquí. ¡Me había desplomado en el asfalto despues de sentir ese ardor en el pecho imposible en una muchacha de mi edad!
—¿De donde sale ese repentino dramatismo, Nina? —preguntó con una semisonrisa mi madre, tomándome un cabello. Su rostro seguía calmo, sus ojos oscuros como el café se profundizaron todavía mas al acercarse a mi cara. Se veía bella con el cabello suelto, tenía una melena pesada, de esas que caen como telón sobre el rostro.
Lo miré a mi padre, intentando encontrar respuestas rápidas. Entre nosotros nos entendíamos, teníamos la misma lógica.
—Te desmayaste, estabas deshidratada —sentenció eficiente, como si hubiera leído mi mente y sonrió al final para coronar el clima de tranquilidad.
Las canas en su cabello crespo tejían senderos laberínticos y me perdí en ellos, pero de repente recordé algo.
—Ambar —grité.
Ambos se miraron y volvieron a mí.
—¿Tu compañera...? —Me escrutó mi madre.
Asentí ansiosa sin poder emitir sonido.
—Esta aquí mismo, ¿podes creer que se encuentra en la habitación contigua? —aseguró con las manos hacia afuera.
Si era una casualidad evidentemente tenía un sentido y solo el que yo le atribuía.
—¡Tengo que verla! —afirmé levantándome de la camilla sin problemas. Mis padres me observaron con sorpresa pero no me detuvieron, como si supieran que tenía una misión impostergable.
Salí asaetada de la habitación y entré a la de ella sin tocar la puerta, los enfermeros justo dejaban el cuarto y no me vieron pasar. No había nadie esperando verla y me sorprendí. No estaban sus hermanos, tampoco sus amigas, ni siquiera familiares, menos su padre. Aunque el letrero sobre la puerta me explicó porqué: entrada restringida.
Estaba recostada sobre la cama con algunos cables conectados a su brazo, era una imagen de película triste de los setenta, de lejos se veía tan delgada como un espectro, al punto que sobre la cama no había casi relieves. Pero su rostro resplandecía impecable como siempre, la piel de porcelana perfecta, los ojos como luceros incandescentes con esas pestañas tupidas que todas envidiaban.
Me acerqué sigilosamente y pude ver los cortes, eran todos verticales a lo largo de sus brazos. Su ojos se abrieron como ventanales de una casa de playa al verme.
—Nina...—dijo sin aliento.
—Perdón, no se cómo...—fruncí la cara.
—Lo sé —Me interrumpió con cierto orgullo en su gesto.
—Disculparme —completé, a pesar de ella que no quisiera.
—¿Porque hiciste esto?
—Vos lo sabés... un tanto mas que el resto —sentenció con una mirada intensa. Se me estrujó el corazón. La culpa me invadía y avergonzaba.
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Las Chicas solo quieren divertirse
Novela JuvenilNina ama a las estadísticas y a sus particulares amigas, tanto como odia a las "superpoderosas" del Ateneo Nacional y las injusticias de Ambar, la reina de ellas. Nina es capaz de contestar con holgura cualquier pregunta de física cuántica, aunque...