El día siguiente se pasó corriendo. Siendo viernes y teniendo en cuenta que tenía una cita con Alfred, Amaia se decidió a no hacer horas extra. Llegó a casa de día, cosa que raramente pasaba, recogió, hizo lo que pudo con la comida que había comprado – cocinar no era lo suyo pero se apañaba como podía – y se metió a la ducha. Hoy había decidido sacarse tiempo para si misma: se lavo el pelo y le puso suavizante, se puso un vestido rojo sin escote por delante pero abierto atrás hasta casi abajo, se puso unos buenos tacones, se maquilló y le dio tiempo a secarse el pelo cosa que nunca hacía, se echó la colonia y las 20h30 en punto estaba lista. Pasó media hora y no había ni señales de Alfred, 45 minutos y el móvil lo tenía apagado, Amaia estaba puesta en la ventana viendo como llovía en la calle, a las 21h30 quitó la música, los zapatos dejó que el pelo se viniera abajo y dirigiéndose para el baño sonó el timbre. Fue a abrir sin ninguna gana, allí estaba él, empapado de los pies a la cabeza con un ramo de rosas en la mano.
- Perdona haber tardado Amaia pero no había rosas blancas en todo Madrid.
- ¿Qué me dices?
- Recogí cada floristería de esta ciudad y ninguna tenía rosas blancas. Leí en el periódico que eran tus favoritas.
- Y lo son, voy a ponerlas en agua. Pasa, estarás helado.
- Si te digo la verdad, sí tengo frío.
- Mira está puesto el radiador del baño, cuelga tu ropa allí si quieres. Si te apetece darte una ducha, es tu casa. Voy a ver si hay algo que te puedas poner mientras tu ropa se seca.
- Gracias, Amaia, eres un encanto. – Se inclina para besarla y ella le da la cara. – ¿Puedo ducharme entonces?
- Vale, junto con la ropa te traigo una toalla.
Aquí tienes las cosas, Alfred. – Amaia entra al baño y Alfred está desnudo. – Perdona, perdona. Aquí tienes todo. – Y salió corriendo al salón.
"Que vergüenza, ¿como es posible que yo haya entrado sin llamar? ¿Se puede ser más pava? Claro que estoy en mi casa pero si él está en el baño no puedo entrar de esta manera. ¿Cómo lo voy a mirar ahora?"
Se fue a la cocina y puso a calentar la cena, de nuevo. Alfred salió del baño con un antiguo chándal de Amaia que le quedaba demasiado pequeño. A Amaia le entró la risa floja.
- Puedes parar de reírte de mi, por favor.
- Es que no imaginé que mi chándal te quedara tan chico, estás muy gracioso.
- Me imagino, tú tan guapa y yo como un estropajo.
- No hubieras estado caminando bajo lluvia. ¿No sabes que te puedes constipar?
- Para de hacerte la graciosa, venga.
- ¿Te quieres secar el pelo?
- Nunca lo seco, no merece la pena. ¿Crees que mi ropa tardará en secarse?
- Verás que no. ¿Vamos a cenar?
- Que figurita, madre mía.
- Venga siéntate.
Amaia puso la comida en la mesa y a Alfred le pareció la mejor cosa que había comido en años.
- Tengo tu cd en el abrigo. Voy a por él.
- ¿Qué te ha parecido?
- Me ha gustado mucho, de verdad. Te he traído algo.
- ¿Además de las rosas?
- Claro! Mira te traje todos mis cds y dvds, espero que te gusten tanto como me ha gustado el cd que me prestaste.
- Muchas gracias, Alfred. Me encantan.