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Criaturas nocturnas
OoOoO
Charasuke no sabía qué diablos estaba haciendo, como es costumbre. En un momento estaba en el callejón felizmente chupando el cuello de la chica que había logrado conquistar apenas puso sus pies en la pista de baile; al siguiente seguía en ese mismo callejón, pero era él quien estaba contra la pared.
Y lo acorralaba un apuesto muchacho de ojos azules.
Se vería apetitoso de no ser por la pistola que apuntaba a la sien de Charasuke.
―Vampiro ― siseó.
Dicho ser sobrenatural soló dejó salir un suspiro.
―Bueno, eso era obvio. Con los colmillos y toda la cosa ― Recostó su cabeza contra la sucia pared y suspiró de nueva cuenta, cansado y aburrido de repente
― ¿Me vas a matar, cazador? Si vas a hacerlo que sea rápido.
El cabello negro le enmarcaba el rostro, y en cada una de sus mejillas tenía tres cicatrices. ¿Suvenires del oficio?, se preguntó Charasuke. ¿Le importaba? No, pero era mejor que entrar en pánico.
Trataría de escapar, pero se sentía débil, y apenas había bebido algo. Relamió la sangre de sus labios y esbozó una sonrisa coqueta.
―Deberías aprovechar ahora. Estaba a punto de matarla ¿sabes? Desde que la vi supe que la quería.
Era mentira. Sin embargo, necesitaba que el cazador acabara con él lo más pronto posible, que se dejara llevar por el desprecio que le tenía a los de su especie y le volara los sesos. Porque eso era mil veces mejor que ser capturado y torturado para sonsacarle información. La peor parte es que no sería nada difícil; el fuerte de la familia siempre había sido su hermano.
― ¿Quién te convirtió? ― preguntó el cazador, y Charasuke se tomó unos segundos antes de responder para perderse en aquellos ojazos. Hmm. Había visto bastantes bellezas en sus noventa y cinco años, pero ese tipo de cosas seguían sorprendiéndole.
―Soy pura sangre, así nací ― Declaró de buena gana. Era algo de lo que estaba bastante orgulloso. Aquellos que habían sido humanos antes de transformarse en "caminantes de la noche" solían ser más inestables, su sed era un demonio difícil de enjaular.
El cazador frunció el ceño.
― ¿Y a cuántos has convertido?
Charasuke parpadeó un tanto desconcertado.
― ¿Por qué haría eso? Soy muy joven para tener herederos de sangre.
El muchacho le miraba con una mezcla de extrañeza y frustración, como si sus palabras no tuvieran sentido o le hubieran ofendido. De golpe se apartó de él; dio unos pasos atrás sin dejar de apuntarle con la pistola, y chasqueó la lengua.
¿Acaso...?
― ¿No vas a matarme? ―En serio, de vez en cuando debería aprender a no decir lo primero que le viene a la mente cuando está nervioso. En lugar de hablar deberías salir corriendo, murmuró la parte inteligente de su cerebro; mas otra parte, más arriesgada y tonta y definitivamente con una venilla suicida, deseaba saber qué pasaba por la mente de ese chico. Qué le había hecho apartar el cañón del arma de su sien, y por qué ahora le miraba contrariado, como si se diera cuenta de que había cometido un error y no quisiera reconocerlo.
Le habló tras unos segundos.
― ¡Cállate! ―le señaló el pecho con su arma e hizo un ademán hacia la entrada del callejón con su cabeza―Lárgate. Si te encuentro de nuevo, te mato.
El vampiro abrió sus ojos como platos. Sus labios se separaron, e iba a preguntar, pero sabiamente cerró la boca, dio media vuelta y corrió lejos de ahí lo más rápido que pudo.
La mirada del cazador le siguió hasta que desapareció.

OoOoO
Menma podía leer la mente de todas las personas a su alrededor.
Por un largo tiempo de su vida pensó que estaba loco, esquizofrénico. Sus padres lo internaron en un hospital psiquiátrico y eso solo agravó el problema. Cuando único podía respirar con tranquilidad era en la soledad de la casa de campo de su familia, donde se quedó dos semanas solo a los dieciséis años tras mucho rogarle a sus padres. Los medicamentos distraían su mente, la llenaban de una niebla espesa que no ayudaba en nada. Lo peor era pensar que podía escuchar lo que su padre y su madre pensaban de él, la lástima que aunaban por su hijo, la burla interna que se manifestaba en las cabezas huecas de sus compañeros de clase y la irritación pegadiza de sus profesores ante la estupidez general de sus alumnos.
Tardó en darse cuenta de que no estaba demente, y que, de hecho, tenía un poder que no debería de existir.
Pero si los vampiros y los hombres lobo tenían su lugar en la tierra, ¿Debería sorprenderle que hubiera cosas más bizarras?
Dejó su medicación a los diecisiete a escondidas de sus padres y decidió que tenía que aprender a controlar su "habilidad". Si acaso era útil a la hora de hacer trampa en exámenes para los que no había estudiado porque el ruido mental que provocaban sus vecinos le había estado importunando toda la maldita noche.
Luego, cuando fue mayor de edad, inventó excusas, se despidió de sus padres y se fue a vivir a un pueblo remoto. Llamaba y escribía emails, les aseguraba todo el tiempo que estaba bien y que la distancia de la ciudad le hacía sentir mejor, pero solo visitaba dos o tres veces al año. Estudió a larga distancia por internet y en su tiempo libre se metió en el mundo de las apuestas, el póker y la lotería.
Con todo, su vida fue bastante tranquila hasta que los vampiros destruyeron el frágil castillo de naipes que era su paz interna.
Al principio se había sentido fascinado. Lo había conocido en un bar del pueblo. Esa noche había poca clientela, y el puro silencio que emanaba aquel chico le había llenado tanto que no había podido hacer otra cosa que acercarse. Como un torpe insecto atraído a la luz, excepto que aquella luz no era sino un agujero negro que prometía la potente tranquilidad que había ansiado desde los doce años, la fatídica edad en la que se manifestaron sus poderes.
Su nombre era Gaara, y el brillante rojo de su cabellera era una flama ardiente y chocantes contra la palidez de su piel. Sus ojos verdes una visión del mar en las orillas tropicales.
Aquel rojo inolvidable, sí, como el de la sangre que después vio en las comisuras de su boca y entendió todo. Rojo como el charco cárnico en el que se deshizo su cuerpo cuando lo mataron.

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