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«No puedo.»
Leí una y otra vez la frase hasta que se instaló un nudo en mi garganta.
Cuando amanecí, ella ya no estaba.
Había dejado una fría y discreta nota en la mesita de luz al lado de la cama.
«No puedo.»
Apreté los dientes. ¿Qué es lo que no puede?
La llamé al menos diez veces en toda la mañana. Dejé unos cuantos mensajes pero no respondió ni uno.
«No puedo.»
Solté una maldición y estrujé los puños.
Me había dejado. ¿Cómo he sido tan estúpido? ¿Cómo he sido tan idiota para perderla de ese modo?
{Narras tú}
Mi padre ni siquiera me cuestionó porqué llegaba tan temprano, con tan solo ver mi rostro, se dignó a cerrar el pico.
No tuve la misma suerte con mi madre. Ella me sermoneó una y otra vez acerca de lo mismo de siempre «su casa, sus reglas». Esta vez no me
quejé. No tenía el ánimo para retrucarle sus quejas.
Había amanecido en brazos de Geoffrey con una decisión. Yo no era para él.
O quizá el no fuera para mí.
El punto es que con el alma herida me había marchado de allí dejando una estúpida y seca nota. Lo había dejado.
Lamenté un centenar de veces haberlo hecho, pero era mi única escapatoria.
Éste… “romance” estaba abrumándome. Aun recordaba a duras penas como él había enmudecido la noche anterior cuando di una patética
declaración de lo que sentía.
Tenía razón.
Él es un tipo maduro y con metas. Aun está casado, las cosas entre ellos pueden mejorar y simplemente volver a lo que era antes…
«Oh diablos, ¿a quién engañas? Lo has estropeado todo. De nuevo.»
Apoyé mi cabeza sobre la almohada pero no me permití llorar.
Yo me había metido en esto. No podía culpar a nadie más.
En una hora comenzaban mis clases en la academia pero me sentía demasiado mal como para ir, por lo que opté recurrir a un viejo cliché.
Películas dramáticas, canciones depresivas y helado.
Al menos podía quedarme en mi habitación y disfrutar de ésta estúpida agonía que yo misma me había buscado.
Aun así, no me arrepentía.
Quería que él fuera feliz, pero no conmigo. Claro que conmigo no podría.