Pulsión

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"Siempre hay algo de locura en el amor.

Pero también hay siempre alguna razón en la locura."

Friedrich Nietzsche

I

Y allí estaba, una eterna lista de fotos de hombres, la mayoría con rasgos nórdicos, mirándolo con ardiente frialdad desde la pantalla de su móvil. Así que he vuelto, se dijo a sí mismo. "Pero si nunca te has ido", le recordó su viejo pseudónimo. Kundera. Había empezado a interesarse por aquellas redes después de leer "La insoportable levedad del ser", de ahí ese nombre de usuario. El nombre lo utilizaba para hacer un primer filtrado, el tamaño de luz más grueso, dos milímetros. Gravas fuera. Fran consideraba que los que mostraban interés por el escritor, seguramente, serían más interesantes. Y era bastante consciente de lo petulante que podría sonar, pero incluso así, no cambió su estrategia.

Sin embargo, en esa ocasión la excitación le duró muy poco y rápido recordó porque había dejado aquello. Los torsos, los paquetes, las sonrisas falsamente robadas, el narcisismo vacuo, la impersonalidad, las miradas perdidas en un infinito irreal... Un mostrador de carne lleno de moscas, eso era lo que se le antojaba aquella pantalla. Una forma rápida de conectar con alguien, física y emocionalmente. Pero lo que rápido llega, rápido se va. Y las historias que había encontrado allí no habían durado más de un par de meses. 

Novela corta. Folletín.

Se marchó a dormir con esa idea en la cabeza y se despertó con agujetas, pensado que debería apuntarse a un gimnasio para no morir intentando hacer algo de turismo. Llevaba ya un par de días limpiando sus suelas contras las anchas calles de Copenhague, y la capital danesa había pasado al top ten de su lista de ciudades favoritas. Carraspeó. Tenía la boca seca y un mensaje de su amiga Cris: le había mandado una foto Alexander Skarsgård con una nota al pie:

Si encuentras a un nórdico así, vacía la maleta grande y factúramelo. Ya te daré el dinero.

Sonrió con tristeza, pensando en los cafés que se iba a perder con ella, antes de contestarle.

Lo cato yo primero, y si nos vale te lo mando.

Antes de bloquear el móvil se percató de que la máscara lo observaba desde una esquina. Había olvidado desinstalar el Grindr después del intento de la noche anterior. Lo abrió. Otro gesto si importancia en aquella cadena de impulsos, como instalar la app, o como tomar un avión hacia el norte. Tenía un mensaje de alguien llamado KbnhvnBoy. Era solo un emoticono, un rostro amarillo que le echaba la lengua. Que se burlaba de él. El "chaval" tenía treinta y cinco años, se encontraba a poco más de un kilómetro, no había entrado en la app desde la noche anterior, y en su perfil decía que buscaba alguien con quien tomar algo, alguien a quien no le preocuparan las etiquetas.

Otro con lo de las etiquetas. 

Era un hombre guapo, con el pelo rubio, alborotado y demasiado largo, con un estilo desaliñado nada estudiado. Vestía una camiseta con un pulpo rojo estampado y unos vaqueros cortos. Parecía una persona sencilla, sonriente. Escrutaba al fotógrafo cerrando un poco los ojos cegado por el sol, apoyado contra una pared de hormigón. Quien hubiera hecho la foto había sabido capturar su esencia: simpleza optimista.

Mister Brightside.

Cerró la aplicación con decisión, con la firme idea de dejarlo correr. No lo consiguió. El ánimo, la jovialidad de la foto, lo persiguió, haciendo que sembrara la ciudad con los cascotes que se desprendían de su determinación. Eso era lo que le había faltado a su relación anterior: optimismo.

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