Capítulo 6: Un mal presagio.

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Anna se encontraba andando por los pasillos del castillo, eran altas horas de la madrugada y ya hacía rato que debería estar en la cama, quizás se debiera al sueño pero le costaba encontrar su habitación. Se había entretenido con unos niños mientras les presentaba a Olaf, deducía que Kristoff se encontraba durmiendo y Elsa más de lo mismo, pues ambos deberían partir esa misma mañana.

—Está demasiado oscuro, y yo demasiado cansada, como no encuentre mi habitación me duermo en el pasillo —bromeó la princesa, y fue entonces cuando una figura se apareció entre las sombras; no se le apreciaba el rostro pero se podía distinguir su silueta, era una figura fina y con el pelo largo, sus dedos estaban entrelazados y sus brazos descansando; no se movía, solo observaba en la oscuridad—. ¿Elsa, eres tú?

—Me tenías preocupada, no estabas en tu habitación y he ido a buscarte –dijo Elsa a la vez que se acercaba y le daba un abrazo—. Déjame acompañarte a tu habitación.

—Que buena hermana eres, tengo mucha suerte de que estés a mi lado... —la princesa notó cómo el cuerpo de Elsa parecía haberse agrandado según estaban abrazadas, buscó la trenza en su espalda pero no la halló, e incluso notó cómo parecía haber crecido en estatura—. ¿Elsa?

—Sí... —en ese momento la voz se tornó mucho más grave que la de la reina—. Déjame darte un descanso eterno.

Anna se separó poco a poco de esa persona y observó horrorizada cómo un príncipe de ojos verdes y cabellos rojizos ladeaba una sonrisa macabra.

—Oh Anna, si hubiera alguien por ahí que te amara de verdad...

—¡Ah! —Anna exclamó un gritó de terror y lo empujó antes de echar a correr—. ¡Fuera, apártate de mí! ¡Elsa, Kristoff! ¡Socorro!

—¡Tu hermana está muerta! —dijo la voz del príncipe mientras sus pasos se escuchaban cada vez más cercanos—. Y tu querido vendedor de hielo lo estará muy pronto.

—No, por favor no... —Anna empezó a llorar mientras corría, la voz de Hans se escuchaba más potente y a la princesa le costaba avanzar.

—Anna, Anna... —la voz de Hans adquirió un tono mucho más suave y agudo, a la vez que se escuchaba de una forma más tranquilizadora y menos amenazante—. Despierta, pelirroja.

—¿Eh? —cuando Anna se quiso dar cuenta comprobó que se encontraba en la cama de su habitación con Elsa sentada a su derecha, con el mismo vestido que llevó en su coronación pero manteniendo su característica trenza, Kristoff por su parte estaba apoyado en el marco de la puerta dedicándole una sonrisa; llevaba un traje con un acabado azulado y muy elegante para los que solía vestir, obviamente por motivo de su viaje.

—Anna, ¿te ocurre algo? —preguntó la reina con cierta preocupación.

—Oh, no es nada —respondió la princesa mientras se incorporaba y trataba de desperezarse—. Solo era una pesadilla, ¿qué haces aquí, Elsa?

—Parto a Corona en breves instantes, no quería marcharme sin despedirme de ti. —dijo la reina, sonriendo al ver cómo Anna luchaba por despejarse.

La hermana menor quería sonreír, pero un recuerdo amargo y triste se lo impidió, al advertir aquel extraño sentimiento Elsa posó sus dedos en la barbilla de la pelirroja y levantó su mirada hasta coincidir con la de la contraria.

—Anna, dime qué te pasa.

—Nada... es que papá y mamá cuando fueron allí, ya sabes...—la voz de Anna tembló al final de aquella frase, desviando nuevamente la mirada para observar a su hermana a los ojos—. No quiero que te pase lo que a ellos, Elsa. No quiero perderte.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora