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El estadio universitario de San Nicolás de los Garza estaba abarrotado de gente hasta el tope, en las gradas

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El estadio universitario de San Nicolás de los Garza estaba abarrotado de gente hasta el tope, en las gradas. Había jovencitas ataviadas, en la cancha de fútbol, con un look único en una mezcla hippie y vintage; telas estampadas de flores, blusas que acentuaban firmemente su pecho, revelando a la vista de todos su vientre plano y sinuoso; calcetines de diversos colores y formas recorrían sus piernas hasta la altura de sus rodillas; diademas de diversas formas cubriendo su frente y su cabello, titilando a la luz del sol; el maquillaje les daba un cierto aire salvaje, fresco y juvenil. 

Se tomaban fotos para mandarlas directo a Instagram, riendo, jugando y conversando. Esa era la esencia de una generación de jóvenes millennials. No les importaba que, pese a su vestimenta peculiar, era una mañana fría, pero soleada. Eso era suficiente para avivar su creatividad. 

En medio de aquellas chicas, se encontraba Neminem, tratando de ubicar a Luis Carlos, pero era en vano. Había demasiada gente a su alrededor. Y el ensordecedor ruido no ayudaba en su búsqueda, por lo que era inútil llamarlo por su nombre. A lo lejos, a través del murmullo, podía oír la música, serpenteando entre el aire, sintiendo sus potentes ecos contra su cuerpo; sin embargo, no entendía la letra a causa de la algarabía que se producía en la cancha. 

Lamentó no haber pedido su número cuando tuvo la oportunidad, así no perdería su tiempo de ese modo. Se prometió que para la próxima vez que se encontrara con él, le iba a pedir su número de inmediato. En eso pensaba cuando sintió un tirón en su hombro que lo hizo voltear para encontrarse de cara con Luis Carlos, quien le sonreía enormemente, con los ojos brillando de la emoción. 

Neminem pensó que parecía un chiquillo que había encontrado un enorme regalo debajo del árbol, aunque tal vez estaba contagiado por el espíritu navideño ya que no estaba tan lejos la fecha. Estaba ataviado con un traje deportivo, unos guantes, unas botas especializadas en este tipo de deporte, sujetando su casco a un costado. 

—¡Viniste! 

—Por supuesto que iba a venir, idiota. No iba a perderme ese evento por ningún motivo. No debo perder la apuesta contra quién ya sabes. Si no hubiera venido, habría significado que habría ganado ese imbécil arrogante. 

Luis Carlos soltó una carcajada, agarrándose el estómago, y concedió—: En eso estoy de acuerdo contigo. Es un hijo de puta. 

El chico lo miró fijamente, pensativo por su respuesta, e hizo una pregunta personal que descolocó a Luis Carlos. 

—¿Por qué sigues juntándote con él si sabes cómo es él? 

Se quedó callado por unos minutos, desvió su mirada hacia frente. El chico creía que no iba a responder hasta que lo escuchó hablar, sin atreverse a mirarlo a la cara. 

—¿Sabes? Antes no era así. Yo lo conocí cuando éramos compañeros de pupitre, en preescolar. Era un niño muy tímido, no hablaba mucho y se ponía rojo si alguien le hablaba. Tenía pánico a la gente, ¿sabes? Huía de ella como si fuera la peste negra. Desde el primer día de clases Patricio no había hecho ningún esfuerzo en hacer amigos; prefería encerrarse en un rincón oscuro del salón porque de ese modo podrían dejarlo en paz, así que, cuando estábamos a mediados de mes, a la maestra se le había ocurrido la idea de juntarnos a mí y a Patricio como compañeros de pupitre, porque creyó que alguien divertido, alegre, social y juguetón como yo tendría un efecto positivo en Patricio. 

El quid de la cuestión de géneroWhere stories live. Discover now