☂1

487 43 2
                                    

Jueves 18 de febrero


Qué complicado es el tiempo. Siempre me he preguntado ¿Por qué medimos el tiempo? ¿Contamos los años, y re-contamos los meses? No hay nada más detestable que ser dependiente de algo, o de alguien. O simplemente ser esclavo de un aparato metálico, con manecillas desgastadas y polvorientas, que se mueven en un monótono compás y es tan triste como él propio.

Desde pequeño he odiado los relojes, calendarios, cronómetros, o en teoría, cualquier barbaridad que represente y dictamine un espacio tiempo. Esos objetos me recuerdan, casi demasiado desdichadamente, lo poco o nada que papá pasaba en casa. Lo triste que era que mi madre se tuviera que ir por todo el día a su trabajo para llegar completamente agotada y agobiada, y luego preparara la cena, y una hora después se lanzara a su cama, completamente derrotada por la fatiga corporal. Para que en seis horas y treinta cinco minutos más tarde tuviera que levantarse para irse a romper la espalda nuevamente. Lamentable.


Una vez, a mis cortos nueve años, le propuse a papá que quitáramos los calendarios y los relojes de la casa, así mamá no tendría que ir a trabajar y él no tendría que ir a China por dos meses, o como ahora último, por casi tres. Que inocente y felices son los niños a veces.

Siempre recuerdo cómo acarició mi cabello mi padre esa vez. A veces cierro los ojos y siento su mano sobre mi cabeza quitando todo los males de mi pequeño, pero doloroso problema. Se puso de cuclillas frente a mí, ya que era un mocoso enano aún, y me sonrió de forma cálida. Desde esa distancia pude apreciar su mirada gastada y las arrugas ya formadas en la comisura de sus ojos. Qué mayor se veía.

— Sehunnie. Algún día, ya no tendremos que ver los calendarios ni los relojes, y yo pasaré todo el día con tu madre y contigo ¿Puedes esperar hasta ese entonces?

Aquella vez le creí. Recuerdo su voz desgastada y la amargura retenida en su cabello. No brillaba. Su cabello no relucía ni siquiera un poco. Ese recuerdo está impregnado; huele a tabaco y a miel.

Algunos pocos años más tarde reafirme que el calendario era una mierda y que el reloj es el enemigo más cruel y venenoso del ser humano. Papá nunca se quedó todo el día conmigo y mi madre a no mirar los números entintados en papel. Simplemente ese discurso se resumió a más viajes al extranjero, a más dinero en la casa; a una madre presente en el hogar, pero una mujer sin marido.

Una vez mi madre me confesó que prefería trabajar todo el día y acurrucarse con mi padre y conmigo en la cama las pocas horas que quedaban, antes de que papá desapareciera por extensos meses, casi demasiado melancólicos para ambos.

Desde esa vez, a mis trece años de edad, nunca más volví a creer en la promesa de papá.

Simplemente porque el tiempo es una mierda. Estamos más encerrados que un hámster en una jaula y es terriblemente triste. Estamos manejados y manipulados por algo tan difuso y subjetivo, tan horriblemente poco creíble y tangible que es patético el cómo no vomitamos en nuestra propia miseria.

Estoy seguro, que algún día, los años no serán 365 días si no que 400, porque van a faltar días para trabajar o celebrar alguna cosa irrelevante. El día tendrá 28 horas y los minutos ya no tendrán 60 segundos. Qué poco valoramos nuestras vidas.

Si alguna vez pudiera pedir algo a sabiendas que se cumplirá, sería que me devolvieran mi libertad. Que yo estableciera mis horas, mis segundos y mis años. O ni siquiera establecería algo. No lo sé muy bien. Sólo quiero volver atrás y decirle a mi yo del pasado que algún día queme el despertador de mamá.

De todos modos siempre hay que hablar en algún espacio tiempo ¿o no? Digo, aún vivo con esa limitante autoimpuesta por una manga de gente que jugó a ser un ser superior y delimitar a la humanidad. Habrá que acostumbrarse, supongo.

Secret of Balcony [SeSoo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora