Pérdida ambigua

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No sé en qué momento empecé a hablar con Víctor, no sé si fui yo la que lo agregué a mi cuenta o si, por el contrario, fue él quien me encontró. Nos hicimos cercanos prontamente, creo que a la semana ya sabía más de mí que mi gato Simón, quien me miraba con decepción al recibir -con entusiasmo- las videollamadas de un completo extraño que se encontraba aproximadamente a nueve mil kilómetros de distancia. Como decía antes, hicimos click repentinamente, sé que se preguntan ¿Tenían (por lo menos) amigos en común? La respuesta es: no. Lo más cercano que teníamos era su hermano, quien vivía a tan solo una hora de distancia de mi casa, pero no sabía mucho de él. Definitivamente, Víctor había salido de un agujero negro, no tenía idea alguna de su procedencia, pero la terquedad me pudo y pasaron diez meses y era el más consecuente en mi lista de contactos.

Mi vida, fuera de esas conversaciones, concurría con normalidad: despertar, llenar el plato de comida para gatos, tomar medio café amargo, ducharme y enterarme de que tenía tan solo cinco minutos para estar lista; correr al metro y llegar al trabajo. Después de la jornada laboral, todo seguía siendo una rutina: caminar unas calles, observar el mismo Ford Mustang gt-500 oxidado e ir hasta la tiendita de fachada roja por el mismo chocolate suizo de siempre. Ese chocolate me duraba sagradamente hasta pasar los torniquetes del metro e inmediatamente, regresar a casa. Ese día, sumado a la rutina, decidí abrir el buzón. Cuentas de cobro viejas, cartas de hace un mes enviadas por mis padres que se encontraban abandonadas en el fondo, y una pequeña postal envuelta en una bolsa realizada con partes de periódico. En ese momento, no encontré nada extraño en aquel papel, sin observar más, subí al apartamento y me tiré en el sofá.

Pasaron aproximadamente cinco minutos y sonó mi alarma. Eran las diecinueve horas, Víctor estaba por caer del sueño a seis horas de diferencia así que máximo, en diez minutos me entraría una llamada de buenas noches como de costumbre. Pero para mi sorpresa, eso jamás ocurrió. Esperé pegada al teléfono hasta las veintidós horas, no había rastro de él. Le llamé tres veces, me sentí intensa, pero mi preocupación era más grande que ese sentimiento de vergüenza. ¿A quién podía escribirle? ¿Quién podía darme razón? ¿Le habrá pasado algo regresando a casa o simplemente llovió y se quedó sin señal? ¿Se le descargó la batería o quedó con amigos? No lo creo, si hubiera quedado con amigos, me lo hubiera comentado, definitivamente algo estaba mal. Paré la ansiedad y decidí alistarme para dormir.

Me dirigí con cara de pánico hasta la cama, quité las llaves, mi bolso y tomé los sobres. Me senté en una orilla junto a Simón y tomé el paquete envuelto con periódico, lo observé detalladamente y saqué la postal. Era una postal común, no tenía nada especial. Una fotografía de un parque con un lago y un gran reflejo del sol sobre el agua. Se encontraba un nombre tachado en la parte inferior izquierda, supuse, en ese momento, que era el nombre del autor de la imagen. Por el reverso, había un sello de una agencia de viajes europea, un número telefónico y una frase grabada que decía: "¿O tal vez nunca exististe?" automáticamente fruncí el ceño, no tenía firma, tampoco decía mi nombre en alguna de las líneas, mucho menos tenía alguna dirección, ni siquiera fecha. Se confundieron, -pensé- y me tiré a dormir.

Amaneció y era viernes, normalmente la gente está feliz por la llegada de este día, pero siento que es el que más me pesa de toda la semana. Me desperté y antes de levantarme a preparar el café, revisé mi teléfono. Cinco llamadas perdidas de mi madre, mil doscientos correos electrónicos que jamás leeré, pero no había ni una sola señal de Víctor. Decidí encender el ordenador y buscar su perfil; al entrar, no aparecía ninguna foto, ni siquiera la de portada. En la lista de la izquierda se encontraba su información, todo bastante normal por ese lado, seguía teniendo la misma cantidad de amigos, había publicaciones, pero al fijarme en su estado, sentí una gastritis casi que automática: "Última conexión: cuatro de marzo a las dos de la madrugada". ¿Cuatro de marzo? Pero si estamos en abril y hablamos anteayer, ¿Cómo que marzo? -me pregunté nuevamente- decidí dejarle un mensaje así quedara como una paranoica.

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