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Cuando La Sirenita terminó, Aitana y Nerea se miraron, y la primera sonrió tímidamente.

Estando en el sofá de su piso, bajo la misma manta que Nerea aunque esta nunca tuviera frío y mirándola a tan poca distancia, se sentía la persona más afortunada del mundo. Aunque fuera una película de dibujos, más adecuada para un público menor que para chicas de su edad, esa película había marcado su infancia, y a Aitana le hacía ilusión enseñársela a la que ella consideraba que estaba marcando su vida.

-¿Te ha gustado? -preguntó en voz baja para no romper la intimidad del momento. Nerea asintió, y a la morena le bastó para sentirse un poco más feliz.

-No quiero irme...

-Nadie te ha echado.

La rubia puso los ojos en blanco y Aitana sonrió, divertida. Nerea se separó un poco de ella, levantó la manta y cogió el bol con la inscripción de Popcorn en letras de arte pop que habían estado compartiendo durante la película.

-Voy a lavarlo -anunció. Aitana observó cómo se levantaba y todavía se quedó unos segundos rezagada, envuelta en la manta, antes de levantarse e ir con ella.

Unos meses atrás se habría negado a que su invitada lavara algo por ella, pero Aitana sabía que Nerea se sentía en deuda por pasar casi más tiempo en casa de la morena que en la suya, aunque ella no lo sintiera de esa manera. Además, aunque nunca lo diría en voz alta, a Aitana le encantaba simular que vivían juntas y que compartían rutinas como aquella.

Fue a la cocina y se encontró a Nerea fregando. Se apoyó sobre la mesa y la miró, pensando en lo que le había dicho Roi. ¿Le molestaría si...?

-Oye, no tenías por qué fregarlo. -Se acercó a ella y posó las dos manos sobre la encimera, una a cada lado del cuerpo de Nerea. El corazón se le aceleró a mil por hora, pero lo disimuló. Nerea dejó ver una pequeña sonrisa, sin mirarla.

-No pretenderías que lo guardara sucio.

Aitana soltó una risita.

-No, pero es mi casa. No tienes que trabajar por mí. -Tenía la cabeza casi sobre su hombro, y por ello, cuando Nerea giró la cara para mirarla, ambos rostros quedaron a escasos centímetros de distancia. Contuvo la respiración.

-Tampoco me voy a morir por fregar un bol -susurró la rubia, y Aitana no supo a dónde miraba, pues le fue imposible fijarse en otra cosa que no fueran sus labios.

Habría sido tan fácil hacerlo en ese momento. Habría bastado con acercarse un poco más y rompería el espacio que le impedía probar los labios de Nerea. Sin embargo, Nerea volvió a mirar para el fregadero, y Aitana, muerta de vergüenza, volvió a la mesa y se sentó en una de las sillas.

Para entonces, Nerea ya estaba acabando con su labor. Aitana cogió uno de los papeles que tenía sobre la mesa y, cuando la rubia se volvió a girar hacia ella con el paño entre las manos, la morena se lo tendió sobre la mesa.

Se miraron, Nerea con la confusión presente en sus ojos y Aitana señalando el folio con la barbilla. La rubia se acercó a la mesa, tomó asiento y lo miró. Cuando volvió a levantar la mirada, tenía la boca ligeramente abierta.

-¿Sorpresa? -improvisó Aitana, con una sonrisa nerviosa.

-¿Y esto?

-Bueno... Tú y yo tenemos un viaje pendiente. -Señaló el destino del viaje en los billetes.

-Pero... Pero... -Nerea cogió aire, nerviosa, y Aitana se preguntó si la había cagado. A Roi le había gustado la idea, ¿qué podía salir mal?-. ¿Nos podemos... alojar cerca del mar?

Where the ocean meets the sky | iFridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora