CAPÍTULO 6.

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Después de todo lo sucedido en mi vida en esos meses, casi hasta agradecía salir del trabajo. Me relaja estar allí sí, pero en ocasiones agobia demasiado. Hay tantas cosas de las que encargarse que acabas colapsando. Aunque fuera la única manera de verte de forma regular, a veces deseo no estar aquí. Quizás porque ya no es así, quizás porque ya no estás. En fin. No adelantemos acontecimientos, que la historia siga su ritmo natural.

Ese día recuerdo que al salir, yo iba hacia mi casa, tenía ganas de descansar, tirarme en el sofá y no hacer nada literalmente. Ese plan inmediatamente se volvió aburrido en cuando me llegó un mensaje tuyo. En él, decías que si quería que vinieras a verme a mi casa cuando salieras del trabajo. Obviamente dije que sí. Nuestros horarios apenas cuadraban y nos veíamos 5 minutos escasos cuando te tomabas el café a toda prisa antes de ir al trabajo (mientras hacíamos el crucigrama). Así que, después de darte luz verde, arrastré a mi pobre cachorro hasta casa para adecentarla un poco antes de tu visita. Tras recoger el salón y la cocina, solo me faltaban fregar los platos. Estaba en ello, con la música a todo volumen y cantando, cuando de repente apareciste de un salto por la ventana. Vaya susto me diste, imbécil. Se me cayó un plato del susto, pero no se rompió. Me reí bastante la verdad, un poco por nervios, un poco porque la situación era graciosa, y un poco por ti. Siempre me has hecho reír.

Subiste. Nos sentamos en el sofá a ver la tele y a hacer el idiota un rato. Estaba muy agusto contigo, casi como si nos conociéramos de toda la vida. Entre tontería y tontería (tú me tocabas el cuello y yo me picaba porque no sabía tu punto débil) me encontré una pluma. Mi cabeza no sé qué pensó pero te la empecé a pasar por la nuca, el cuello, y cualquier parte de tu cuerpo que estuviera al descubierto. Y tú te empezaste a poner de los nervios. Me hacía gracia conseguir sacarte de quicio con una cosa tan inofensiva como una pluma. Con la tontería nos fuimos acercando, y nos quedamos peligrosamente cerca. Un par de minutos incómodos. No sé cómo estarías tú porque no era capaz de mirarte ni a la cara. Supongo que porque no quería que me vieras tan vulnerable, pero también supongo que sabías perfectamente como estaba en ese momento. Roja como un tomate y con el corazón a mil. Quería que me besaras, mucho, por primera vez te imaginé de esa forma. Se me podía haber pasado por la cabeza cualquier cosa contigo menos un beso. Sin más. Un beso. Y, por una vez, tú respetaste más que yo.

-Me voy, se hace tarde.

Y nos despedimos en la puerta con un abrazo que me supo a poco, necesitaba más de ti. Ya no había marcha atrás de ninguna manera. Tenía que hablar con Carlos, intentar salvar aquello de alguna manera, centrarme y ser feliz con lo que tenía.

Pero ya no había marcha atrás, no. Iba a estrellarme, solo era cuestión de tiempo.

Memorias De Un Cuarto Menguante. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora