Capitulo 19 (corregido)

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Nota: Sebastian es interpretado por un jovenzuelo Leonardo DiCaprio
Narra Sebastian:
La noticia de que Rylin y yo iríamos en la misma habitación me calmó. Era ella la persona en la que más confiaba en todo el grupo, con quien no tenía miedo de sentirme vulnerable. Había sido así desde la primera noche, ella me había reconfortado, apoyado y demostrado que también tenía defectos, miedos y debilidades. Habíamos conseguido abrirnos el uno al otro, creando una intimidad y conexión inexplicable.

No había momento en el que no pensara en su beso, en cómo me hizo sentir. Ese fuerte e increíble sentimiento de euforia, de estar completo, de unión. No quería forzar a Rylin confesándole mis sentimientos, ella me había avisado del daño que causaría, pero tampoco deseaba verla sufrir por Enoch. Ella siempre le restaba importancia, pero eran contadas las ocasiones en las que le había visto ser tratada como se merece. Quería mostrarle que había otra opción, que no todo debía ser sufrimiento, pero no sabía cómo hacerlo. Mis sentimientos hacia ella llegaban a tal punto que me daba igual si era conmigo, simplemente quería que estuviese con alguien que le enseñase qué era amar, realmente. Porque la quería, de la manera más pura posible, desde esa primera noche. Siempre lo había sentido, el tiempo a su lado no hacía sino confirmar mis emociones inexpertas.

Era extraña esta sensación, después de tantos años pensando que jamás vería la luz o el mundo; ahora no solo estaba fuera, si no que tenía a mi hermano, amigos y a alguien en quien confiar para absolutamente todo. Tenía esperanza, y en gran parte se la debía a Rylin. El precio a pagar había sido grande, mi madre, pero su felicidad siempre venía de la mía. Ella era la verdadera heroína de esta historia, al menos de la mía. Me había dado un futuro, a costa de su propia vida, me había regalado su última mirada, su última risa y su último aliento. No imaginaba la llegada de un día en el que pudiera pensar en ella sin llorar.

Pensé entonces en el destino cuando Rylin anunció que iría conmigo y me planteé si realmente hacía bien no confesándole cómo me sentía. ¿Era justo para ambos? Sabía que sus sentimientos hacia mí, no eran inciertos, ella me lo había dejado ver. ¿Y si tal vez con esta confesión pudiera salvarla del dolor de Enoch? ¿O era tal vez demasiado egoísta?

Narra Enoch:

Esa noche soñé que Rylin moría por mi culpa. Hacía muchos años que no tenía pesadillas. Eso ya formaba parte de mi pasado, al menos eso creía. Todas estas estupidas e insufribles pesadillas habían surgido a raíz de la muerte de mi familia: mis padres y mi hermana pequeña. Todo había sido mi culpa, recordaba aquel día con una dolorosa exactitud. Les decía que no me casaría, que me negaba a compartir mi vida con una chica a la que no amaba. Por aquel entonces era muy joven, pero ya estaba comprometido desde nacimiento a una hija de un amigo de mi padre. Odiaba a esa chica con todo mi corazón, se había burlado innumerables veces de mi mejor amigo del momento.
La boda no había estado planeada hasta que ambos tuviéramos 17 años, pero una serie de eventos la habían llevado a acelerarse. Mis padres temían por mi sexualidad. Yo también tenía miedo de aquello, pero era solo un niño. No podían obligarme a casarme con alguien a quien detestaba, tan pronto. Era mi mejor amigo el culpable de todas estas sospechas, ambos nos atraíamos mutuamente, a la medida que dos críos en plena pubertad podían atraerse. Nos tomábamos la mano a solas, dormiamos abrazados cuando me iba a su casa. Era un afecto inocente, que por mucho que tratáramos de disimular, no llegó a pasar desapercibido para mis padres, quienes tenían ojos en todos lados.
Su decepción, su odio, sus gritos... Todo me hicieron desearles la muerte. Ellos insistían en que casarme con ella era la manera de solucionarlo todo, pero yo no podía aceptarlo. El problema no era que me disgustasen las mujeres, no, también las encontraba atractivas. El problema era que quería estar con mi amigo en lugar de con ella. Quería tener una vida, no ser un crío casado. Me llevé una severa paliza de parte de mi padre, aquella noche. Antes de salir del salón y encerrarme en mi habitación castigado, les susurré con dolor que ojalá murieran. Que no deseaba verles jamás. Lo peor fue que lo decía de corazón. Ni siquiera observé sus rostros, pero escuché los sollozos de mi pobre madre.
Esa noche tuve un extraño sueño. Tomaba el corazon de una de nuestras vacas y lo insertaba en un muñeco de trapo. Este luego marchaba a la habitación de mis padres y hermana pequeña y acababa con sus vidas. Me desperté agitado, solo para comprobar que no había sido un sueño. El muñeco estaba junto a mí, cubierto con la sangre de mi familia, mirándome sin expresión alguna. Los cadáveres de mi familia se hallaban en el salón, sentados cínicamente, como la obra de un verdadero sociópata. Aquella imagen se me quedó tatuada en la mente, hasta el punto de aún perseguirme.
Fue entonces cuando fui consciente de la realidad. Era un asesino. Huí de mi casa, temeroso por lo que pudiera pasar después. El muñeco me siguió y fue entonces cuando me encontraron y confesaron que era peculiar. Pero en mi mente eso no importaba, peculiar o no, no excusaba mis acciones. Había acabado con tres inocentes vidas, encima con mi propia sangre.
Fue quizás en aquel momento cuando comencé a despreciar mi habilidad.
Allí conocí a Maven y él lo aclaró todo de nuevo. Me ayudó como nadie jamás lo había hecho, me hizo sentir pleno, sin culpa, sin responsabilidad. Como un simple adolescente enamorado. Juntos quemamos al muñeco y fue él quien me convenció de que no había sido yo. Que no lo había hecho a propósito, que ese no era Enoch.
Le amé, fue él el primero. Su muerte me trajo no solo una nueva culpabilidad, sino el recuerdo de mi anterior experiencia. Entonces fue cuando supe que el sufrimiento va de la mano del amor, inevitablemente. Y me desmoroné, como jamás lo había hecho. Todo el peso en mi espalda, era mayor que lo que podía sorportar. Hubiese incluso mi posición cambiado a Atlas, el ser mitológico destinado a sujetar el mundo.
Rylin había sido mi nueva esperanza. Ella me había devuelto esa luz que Maven se había llevado con él tras su muerte. Me había hecho feliz, y realmente trataba de demostrárselo de la mejor manera que podía. Pero de nuevo, esa carga en mi espalda se hacía presente continuamente, recordándome todo lo que conllevaba querer y haciéndome apartarme, por miedo a aumentarla. No era excusa alguna para justificar mi comportamiento hacia Rylin, era por ello que pensé que al pedirle estar conmigo todo se aliviaría. Pero no había sido así. El dolor seguía ahí, decidido.
Temía constantemente perderla, como había hecho con todo lo que alguna vez había amado, que no me había dado cuenta que ya comenzaba a hacerlo. Era la muerte lo que siempre me había separado de lo que quería, pero en este caso no sería eso. Sería mi culpa. Mi incapacidad de amar, o al menos de demostrarlo. Era cierto que la quería incondicionalmente, de una manera insana, pero también lo era que no lo demostraba.
Sabía que perdería a Rylin en algún momento, quizás siempre lo había sabido. Ella era sin duda la chica más increíble del universo, pero no era yo con quien debía estar. Había visto el dolor en sus ojos cada vez que me alejaba, el miedo a perderme. La había visto dar su última respiración por mí, y aún no era capaz de estar con ella definitivamente. Había visto sus ojos en el limbo, en la nada, mirarme como si fuera lo único cuerdo, lo único necesario para ella, y tampoco era suficiente para eliminar el maldito dolor. Para comprometerme.
Por otro lado, la había visto con Sebastian. Su calidez, su felicidad. No deseaba pensar en Rylin con otro chico, mi Rylin, quien siempre me estaba esperando. Mi Rylin, devota a mí como un religioso a su Dios. Pero era innegable que ella sentía algo por él. A pesar de que lo que sintiera por mí fuese mayor, lo que sentía por Sebastian era sano.

Different [Miss Peregrine]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora