El pecho de la morena se llenó de aire, y giró sobre sus talones para poder verle, incorporado en el catre con el pecho vendado. Miró a sus orbes con fijeza, buscando en ellos la mínima duda. Pudo ver miedo, pudo ver el cariño que ambos se habían profesado durante tanto tiempo en silencio, sin poner dañinas etiquetas.
Se sentó de nuevo a su lado, en un costado del colchón de plumas. Abrió la boca, y no fue capaz de decir nada mientras aguantaba la mirada de los oceánicos orbes ajenos. Acarició su mano, y mientras su corazón decía una cosa, sus labios expresaban otra.
─ Estamos prometidos... Vos con la Reina, y yo con el príncipe.
El hermano menor de Joanna había resultado ser un joven de cabellos dorados adorable, que trataba de ser el hombre que Margarita necesitaba sin conseguirlo. Habían conversado en un par de bailes, y aunque las alianzas entre las poderosas familias eran importantes, jamás sería lo que dictaba el corazón de la menor.
Una mano alzó su mentón, obligando a mirarle. Sabía lo que acabaría pasando si se sostenían la mirada de esa manera. Sus labios habían estado tratando de sucumbir a la tentación durante demasiadas lunas, manteniendo las distancias en cada lugar de la fortaleza en la que no estuviesen completamente a solas.
Las paredes tenían ojos, oídos y una lengua demasiada larga. En la corte se traficaba con secretos, lo sabían bien. Su madre era una de las grandes señoras que mantenían aún el interés de los nobles señores que allí se congregaban, precisamente por eso. Era una mujer poderosa, de gran elegancia y con un humor particular. Y Margarita había salido a ella.
Tomó el rostro del pelirrojo, acunando su rostro con la mano, acariciando con el pulgar el alto pómulo del hombre; humedecido por las lágrimas que habían rodado silenciosas, y resaltando aún más su particular belleza. Suspiró, y negó.
─ No podéis hacerme esto...-rogó, acercando su rostro al del muchacho y uniendo sus labios por fin, con los del hombre, saboreándolos en un inocente encuentro. Estaban desesperados el uno por el otro, por poder creer en la posibilidad de un amor que jamás sería.
Cuando se separaron, la morena aún tenía el sabor del otro en sus labios. Acabó de acariciar su mejilla, retirando cualquier rastro de tristeza del mismo, y se acurrucó en el pecho del mismo tratando de evitar las heridas.
La puerta estaba cerrada con llave, y no pasaría nada. Antes de que pudiera añadir algo, el mayor acariciaba su cabello con la mano que no había sufrido mal alguno, relajando a la muchacha hasta límites que desconocía.
Titubeo, dejando que las palabras tomasen un rumbo aleatorio al salir de su boca-. Dejadme quedarme aquí esta noche...
Pidió, casi suplicando. Y él no llegó a asentir. Su única respuesta fue apagar de un soplido la vela más cercana a la cama, dejando así la mínima luz. La dama cerró los ojos, y por una vez no soñó con los títulos, la posición o los pactos y alianzas. Nada de su deber para con su familia, sino simplemente en ella, en lo cómoda que estaba y en lo bien que se tendría que sentir hacer eso cada noche.
Y él pensaba en lo mismo mientras sus dedos se enterraban en la suave melena de la joven, sonriendo ante la simple idea de que la vida debía de ser mucho más maravillosa si Dios le permitía repetir aquella imagen.
Esa noche ninguno de los dos se preguntó por el mañana, en qué sucedería cuando dentro de unas semanas, el hombre pronunciase el juramento que le ataría a su maltratadora por el resto de sus días, y que nadie, ni la mujer a la que sostenía entre sus brazos ni Dios podrían hacer nada para ayudarle.
La madrugada cayó, y con ella, las primeras pesadillas de la noche. La mujer se levantó tan sobresaltada como el hombre, que, empapado en sudor, respiraba acelerado. Se retiró de su pecho, y con un beso sobre su nívea piel comprobó que no tenía una alta temperatura. Él negó, intuyendo las preguntas que iban a ir entonces, y ella entonces asintió, comprendiendo lo que pedía, lo que necesitaba. Se refugió en el abrazo del hombre, besó su torso y susurró una dulce melodía hasta que sintió el agarre aflojarse en torno a su figura.
Seguro que su madre estaría buscándola, y que la ausencia de la doncella habría suscitado interés en la cena. Y la elegante señora habría afirmado que se encontraba indispuesta. Pero luego le caería una reprimenda. Reprimenda que evadió de su mente de la mejor manera que pudo plantearse.
Con el cosquilleo del beso anterior aún sobre sus carnosos labios, ascendió hasta tener su nariz rozando la del chico, y entonces, con una lentitud propia de quien era consciente de esa realidad inexorable que se cernía sobre ambos, volvió a posar sus labios sobre los del contrario.
Fue un solo segundo de paz, un segundo en el que, silenciosamente, acalló sus sentimientos. Retiró un bucle de color fuego de su perlada frente y observó con atención cada facción de su rostro.
Apenas eran unos niños, no eran más que unos jóvenes que pensaban que iban a comerse el mundo, y que la realidad les había dado tan golpe, que, al hacerles estallar, uno había completado al otro.
Para cuando el Sol quiso amanecer, ambos corazones latían al mismo son, y sus miradas no dejaban de encontrarse. Él alzó la voz, siendo apenas un murmullo ronco por la sequedad de su garganta tras una noche tranquila.
─ No importa qué apellido llevéis...─murmuró, convencido. ─ sabéis tan bien como yo a quién pertenecen los latidos de vuestro corazón, y que el mío siempre suspirará vuestro nombre. ─
Margarita no supo qué decir, tan solo una sonrisa amplia y dulce se formó en su rostro, brillando sus orbes en armonía.
Era lo que necesitaba oír, lo que podía anhelar durante el resto de sus días. Y podría plantearse incluso la posibilidad de hacerlo, pese a todo; aún contado con cada atadura que ellos pudieran encontrarse en la corte.
Y después lo recordó. Sólo se quedaría en la Corte hasta su boda. Después, ella y su séquito acompañarían a su futuro esposo a una gran fortaleza apartada de la capital, lejos del bullicio que el príncipe adolescente detestaba y gobernarían en nombre de la reina.
Margarita la odiaba en esos momentos más que nunca. Deseaba con toda su alma que un día, en mitad de un banquete en los que se dedicaba a humillar al servicio hasta límites vergonzosos, su copa de vino fuera la causante de una muerte fatal. Una muerte liberadora de Sanç, su ascenso al trono por parte del príncipe Jorge y... todos sus problemas se habrían acabado.
Pero no podía albergar grandes sentimientos innobles en su interior mientras su cuerpo reposaba junto al del próximo Rey del país. Sanç sí que podría ser un gran rey. Con principios nobles, un buen corazón y la estrategia e inteligencia necesarias para saber en qué tipo de personas debía apoyarse.
Y el principio del caos comenzó así, tras una dulce velada empañada por la realidad que se cernía sobre ambos. Margarita comenzó a cavilar con la sensación de que podrían retrasarla en su objetivo, pero nunca frenarla. Ya había conseguido lo más difícil; formar parte de la familia real. Lo demás sería cuestión de coser y cantar.
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Secreto Rojo
RomanceEl juego ha comenzado. Margarita, Sanç, Joanna. ¿El amor lo justifica todo? Margarita se descubrirá a si misma haciendo lo que sea por conseguir algo que ansia. El amor como motor de una serie de traiciones, intrigas, dramas, sangre y en definitiva;...