"Vete de aquí te lo ruego, no estoy para juegos.
Mataste lo nuestro con una puñalada por detrás, ¿que te parece si te vas?
¿Con qué coraje me miras, me cuentas tus mentiras?
No sigas con esto, que siento decirte que te vi... Yo también estaba ahí".Perdón — Leonel García
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Una joven Krul se encontraba ayudando a su madre en el jardín, recortando las ramitas rebeldes que hacían lucir a los arbustos como si estuviesen despeinados. Llevaba el cabello recogido en una coleta, con el flequillo sostenido fuera de su rostro con broches de colores. Sus mejillas estaban enrojecidas, calientes gracias al sol de mediodía.
Su madre recitaba en voz baja un poema sobre golondrinas, la mujer estaba perdida en su mundo lleno de flores y hojas verdes. Sus manos enguantadas se movían con avidez. Su frente, perlada en sudor.
—Iré por algo de beber, ¿te encargas del durazno? —preguntó su madre. Krul, de cuatro años, asintió.
La madre se fue. La pequeña de ojos carmín se quedó. Tomó la regadera lila que su madre le regaló en su último cumpleaños y regó el árbol. Aún no daba frutos, tampoco floreaba... Era demasiado joven.
Unas cuantas risas hicieron que alzara la vista. Dos hombres y una mujer, ellos hablaban y la hacían reír con palabras que Krul no alcanzaba a escuchar. Su cabello era rubio claro, con unos ojos azul cielo, su piel era casi tan blanca como la nieve o el papel. Era hermosa. Y su barriga estaba hinchada, parecía que pronto daría a luz.
Uno de los chicos puso la mano en su espalda, como si de ese modo ella pudiera mantener el equilibrio. Él, de cabello plateado hasta los hombros, la veía reír con devoción, como quien se enamorara de la luna cada noche y le jurara su amor eterno con cada suspiro. El otro, cabello por debajo de los hombros, de un violeta claro —¿o era gris?—, veía su vientre con la misma devoción que el otro a la chica. Era claramente más joven que los otros dos, que parecían tener más o menos la edad de su madre.
El muchacho de cabello lila alzó la mirada al cielo. Luego, la miró a ella. Y después le sonrió, ella sonrió de vuelta y su mundo dió una vuelta extraña.
No fue la última vez que se vieron. La siguiente ocasión, unos años después, él se acercó para hablarle sobre las rosas de su propio jardín, pidiendo consejo para mantenerlas. Rusia podía ser muy violento con las flores, pero Krul sabía cuáles eran más resistentes para el clima de su ciudad.
Ferid era el nombre de aquél hombre. Le pidió salir a la tercera vez que se vieron, cuando ella ya tenía edad para salir con alguien mayor, o eso pensaba ella. Hablaron de flores, de música y de comida. A ella siempre le gustó cocinar. A él le encantaba escucharla hablar sobre cocina, sobre sabores y texturas en alimentos. Ella hacía preguntas a veces, como el qué había pasado con la pareja que había visto a sus cuatro años cuando lo vio por primera vez.
"Murieron hace unos años", eso dijo él. Pero su respuesta a veces cambiaba.
Y se enamoraron. Pero antes de eso pasaron unos cuantos años. Y él le pidió matrimonio. Y las cosas se pusieron difíciles. Y su barriga comenzó a crecer y ella se convirtió en una incubadora, un objeto que a Ferid ya no le importaba. Lo único que quería era el producto de su vientre.
Lo entendió casi todo.
• • •
—Mikaela ha mejorado mucho, ¿no es así? —la voz tan animada de Krul hacía que Shinya sintiera el estómago revuelto. Había pasado la tarde con el pequeño rubio; y si, se veía mejor.
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Si aún no es muy tarde [GureShin]
FanficShinya está seguro de que su padre está vivo, a pesar de que su familia adoptiva le asegura que no. • • • -Te busqué por todo Japón -le susurró el pelinegro. Shinya rió muy suave y se aguantó las ganas de llorar-. Incluso algunas partes de Australi...