FEMINISTA ♦ Albalia/Albay

Yang

Habían pasado casi tres semanas del Paro Internacional de Mujeres. Alba se encontraba en el ascensor de su trabajo, yendo hacia su oficina. En el camino se había detenido a comprar un café cargado que ahora descansaba entre sus manos. Se lo bebería en cuanto se sentara detrás de su escritorio. Gracias a los recuerdos gustativos ya casi podía saborear la intensidad de aquel líquido negro activando y dañando su cuerpo a la vez. Necesitaba ese subidón porque sería una larga jornada. Se golpeó internamente por haberse desvelado, pero es que le costaba cortarle la conversación a Inés. No habían dejado de escribirse ni un solo día desde que comenzaron a chatear la semana anterior. La morena fue la que dio el primer paso dejándole un mensaje en Instagram. Alba se dio cuenta de que tenían gustos en común, lo que eternizaba las conversaciones; debatían con pasión sobre política y arte. Ninguna de las dos sabía para dónde se dirigía aquella conexión, solo pretendían que fluyera. No intercambiaban tonteo, pero deseaban verse pronto, en especial Inés, que empezaba a pensar más a menudo en la rubia.

Las puertas se abrieron y la joven avanzó a paso distraído por el pasillo que la llevaría a su puesto. Aún deambulaba en sus pensamientos cuando Sabela la detuvo bruscamente.

―Hija mía, ¡qué volada vas! Te estoy llamando desde que saliste del ascensor y tú ni caso. ―Alba respondió con un puchero, lo que significaba que lo sentía.

―No he dormido muy bien que digamos, perdón, Sabeliña. Dime, ¿qué querías?

―Era para avisarte que en tu oficina está tu... ¿ex? Y, bueno, eso. Que me ha rogado que la dejara pasar para esperarte allí. También prometió que no te robaría o incendiaría las cosas. Sonó convincente...

―Manipuladora querrás decir ―contratacó la activista, pero al instante suavizó su expresión. Sabela no tenía la culpa, su ex era insistente y siempre se salía con la suya―. No te preocupes, no hiciste nada malo. Ahora me encargo. Te quiero, ¿sí? ―Dio por finalizado el dialogo acortando la distancia para abrazar a la otra chica como pudo ya que iba cargada de cosas. La gallega se quedó preocupada una vez que su compañera de trabajo se hubo ido, después de todo ella no sabía qué tan mal había terminado la relación de las chicas. Se le ocurrió que más tarde podría invitar a almorzar a Alba para disculparse.

En el otro extremo, la periodista divisó la delicada espalda de su ex luego de abrir la puerta. Su cabello caía liso como una cortina de seda por el respaldo de la silla. El perfume familiar atravesó sus vías hasta invadirle los pulmones. Aquel aroma que tanto le había gustado ahora le revolvía el estómago. Sus ojos se encontraron y no se despegaron hasta que la activista se sentó. Durante unos segundos compartieron un silencio tenso que Alba acabó rompiendo.

―Aitana Ocaña ―la saludó cínicamente y continuó―, ¿a qué se debe esta agradable visita?

―Alba ―replicó con un tono apagado la castaña―, odio tu sarcasmo.

―No me sorprende, ¿qué no odias de mí?

El ambiente se había puesto pesado. Los pensamientos se agolpaban en las cabezas de ambas y las miradas eran filosas. Alguna saldría emocionalmente destrozada del encuentro. Aitana, que se arrepentía de haber ido, puso los ojos en blanco y contestó:

―Tenía ganas de que aclaremos las cosas. No me fui bien y pensé en lo nuestro durante toda mi estadía en Roma.

Alba rió con amargura. ―Ojalá hubieras pensado en lo nuestro mientras te follabas a Luis, nos habrías ahorrado un disgusto...

―¿Puedes parar? Ya pasó un año de eso. Somos adultas, lo podemos resolver de una forma madura ―La rubia no daba crédito a lo que estaba escuchando. Ella misma le había propuesto una relación abierta inicialmente para que no tuvieran ese tipo de problemas y fue Aitana la que la convenció de llevar adelante una relación convencional y monógama.