Salvarme.

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Al cabo del séptimo abrazo lunar del nuevo siglo de esperanza, ya había abatido todas su fe en mi, se le notaba la desesperación cuando me veía, yo le incomodaba pero quería salvarme, revertirme a la fuerza, explotar por mí bien, quizá, sentía que no debía dejarme huir, como si yo lo quisiera hacer.

Esa tarde de aurora naranja, junto al acantilado de la tranquilidad, mientras el viento abrazaba los continentes de la materia en el lugar, ella se sentó junto a mi en total silencio, espero a que yo iniciará alguna clase de conversión, pero a mí mal, yo había creído que juntos queríamos lo mismo; callar, aprovechar el momento para un buen silencio y oír las voces del mar. Pero mis ideas era totalmente erroenas, no aguanto mi inconciencia y estalló en una seguidilla de reclamos enfermos por el estrés.

Criticaba mi actuar, ¿por qué había cambiado tan drásticamente?, cuáles eran mis motivos para olvidarle, ignorarla, apartarme lejos de su realidad, porque había preferido otros planes que antes veía vacíos, y no aprovechar sus propuestas para la locura, para pasar horas de alcohol y cigarros junto a las llamas de la picardía y la complicidad, pasar las entrañables horas de la decadencia bajo su tibio abrazo pálido, estelar y delgado.

Pero yo también estaba desesperado, y ella nunca lo había notado, nunca fui bueno para expresar emoción cualquiera por algo, tal vez, ese fue mi error, de haberlo visto, estoy seguro que me habría entendído a la primera, y evitar tanto dolor, pero se suponía que nadie me conocía más que ella y ya debería tener la capacidad de leer las ideas y emociones tras mi parco y sepulcral rostro.

Yo no podía más y se lo hice saber bajo el riesgo de que mis palabras saldrían sin anestesia, por primera vez, sentí latente la posibilidad de lastimarle gravemente con esta boca descarriada.

Pero ya no había vuelta atrás, pensé, mientras me justificaba. La iba a perder, se iría de mi, estaba en su derecho y aunque la idea me elaba el alma, sabía que aún me quedaría algo de fuerza para conservar un tanto de felicidad tras su partida. Le dije que estaba perdido desde hace mucho tiempo atrás, desde antes de conocerla, verle en las mañanas me llenaba el espíritu de gozo pero mientras se escurría el cielo hacia un nuevo día, los horripilantes momentos de la insatisfacción llegaban a fuertes inyecciones por todo mi ser, mi pasado me reclamaba, un fantasma de tortura se escabullia a mis espaldas a todo minuto. Aveces, mientras caminaba, lo que más deseaba era resbalar en el pasto y golpearme la cabeza con una roca por accidente y allí morir para siempre, no tener la culpa de haberla abandonado y teniendo la plena seguridad de que cualquier lugar a donde fuese mi alma, sería mucho mejor que este, con esta casa, estas personas, este cuerpo, este pasado e incluso sin sus labios.

Solo cuando su voz susurraba mi nombre tras mi cabeza, mientras sus encantadas manos se enredaban en mi cuerpo, y juraba con un "te quiero" que yo era ideal para ella y jamás me dejaría, era que yo era capaz de sentir algo de paz, pero también ese hecho me desesperaba de algún modo al mismo tiempo, ¿Quien era yo para merecerla? Nunca pude cargar conmigo y mis heridas y ahora estaba ella, ¿Cómo puede haber un ser tan miserable que necesite de otro ser para estar siquiera tranquilo? Me sentía una basura, irrisorio, ridículo y minúsculo en todo plano, en todo tiempo, y en cualquier realidad posible en cualquier planeta.

Por eso, debía hacer algo, si la muerte o Dios no me ayudaban debía hacerlo yo, quizá, al final, podría quedarme con los dos, con ella y conmigo mismo y ser feliz hasta que algún azar ya no deseado me arrancará de esta tierra por la eternidad.

me encantaba oirle hablar de todo, pero por sobre todo de sus males, que es algo que muchos callan a cualquiera, y sentir que podia ser útil solución, pero ya no podía, como nunca pude ni conmigo mismo ¿Cómo podría seguir soportando los pesares de otra persona ? Me dolía dejarla pero me dolía más sentirme roto, quebrarme por dentro mientras exponía la hipócrita idea de que todo podía ser mejor, esas palabras, aún saliendo de mi propia boca, no las creía ni yo. Con el mayor de los dolores, llegue sin más, a la nefasta conclusión de que yo ya no podía hacerme cargo de ella, los tiempos desesperados estaban haciendo fuerte eco en mi cabeza y me decidí en buscarme, ir hasta el infinito de la soledad para reprarme por mí cuenta, quizá, para forzar un nuevo ser, sin miedos, sin dolores y sin penas, un individuo satisfecho consigo mismo, por lo menos, hasta una medida mínimamente aceptable.

Desesperado y sintiendo como mi tiempo se agotaba a fuertes trozos, tome la egoista decisión de perderla para encontrarme. Porque yo ya no me sentía bien y debía, al costo que fuese, salvarme. 

Fin.

Salvarme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora