Capítulo I (introducción)

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Harry se sentó en la barra y puso una servilleta de tela blanca plegada sobre su antebrazo.

-Buenas tardes señorita, dígame ¿en qué puedo ayudarla?- Miró a Carolina riendo, con un intento de mueca seductora en su rostro. Ella soltó una gran carcajada.

-Podrías bajarte del pasa-platos, para empezar, cariño. -Le guiñó el ojo y le arrebató el paño para poder seguir limpiando.

Solían bromear así todo el tiempo, eran capaces de pasar horas y horas riéndose de un mismo chiste absurdo. Se conocieron en la secundaria, a penas adolescentes, y desde entonces siempre fueron muy buenos amigos. Ambos trabajaban allí por la misma razón, la gran necesidad de ahorrar dinero para poder costear los gastos de sus estudios. Los padres de ella no atravesaban una situación económica lo suficientemente buena como para poder pagarle la universidad, así que comenzó a ganárselo de forma independiente para lograrlo. Él por su parte, no tenía otra opción que tomar más que hacerlo todo por sí solo. Por igual, venían de familias humildes que les habían inculcado desde pequeños la valiosa enseñanza de que todo puede alcanzarse haciendo un esfuerzo, claramente, lo último que estaba en sus planes era darse por vencidos.

Detrás de la sonrisa y la amabilidad con la que atendían a sus clientes, cada uno tenía una larguísima historia. A pesar de mantener una preciosa amistad no todo era perfecto para ellos, eso está claro, pero se tenían mutuamente y eso les resultaba más que suficiente para no tirar la toalla a mitad de camino. Entre las cosas que los mantuvieron unidos por tantos años, la comprensión y el apoyo se destacaron notablemente. Se entendían de una manera especial, una mirada les bastaba para caer en cuenta de que algo andaba mal y por supuesto, el hecho de entender por lo que el otro pasaba y permanecer ahí para darle una mano al tiempo de desmoronarse, fue un incentivo elemental para seguir adelante.

Ya casi era la hora del almuerzo del personal y el local cerraba en ese momento, el menos concurrido por los comensales, para que todos los empleados pudieran tomarse su merecido descanso.

Harry subió a la terraza para fumar un cigarro, lo hacía a diario, se había convertido en un mal hábito del cual no podía deshacerse, según él lo ayudaba a calmar su ansiedad. Por lo general allí pasaba sus ratos libres, lo que más le gustaba de ese sitio era que desde ahí arriba se podía apreciar la ciudad entera.

Amelia era bastante pequeña pero inmensamente encantadora, alegre y viva. Desde sus inicios había sido muy particular, más que nada por su historia. Observándola, él la recordaba perfectamente, era una de las tantas que su mamá, a pesar de ser un poco trágica, le contaba antes de irse a dormir. Con un poco de esfuerzo alcanzaba a escuchar aquella dulce voz con la que Anne relataba; "Su fundador la bautizó con el nombre de su amada, cualquier persona que lo conociera en lo personal aseguraba que ese hombre en verdad estaba perdidamente enamorado de ella. Cuando ésta partió fue realmente duro, él les pidió a los pocos habitantes que tenía en ese entonces que colocaran un girasol en su ventana, su flor favorita, para que ella pudiera seguir admirándolos a donde quiera que vaya. Poco después falleció también, su gente más cercana, aseguró que la falta de su compañera lo inundó de tristeza hasta acabar con su vida". Curiosamente los girasoles también eran su flor favorita, si cerraba los ojos aún lograba ver aquel que su madre cuidaba con toda dedicación, dentro de una maceta, reposado sobre la cornisa de su balcón.

La cafetería en cuestión estaba en una gran esquina, no era tan elegante pero sí increíblemente acogedora, de hecho era una de las de mayor trayectoria en la ciudad, había estado funcionando por más de 50 años y no existía persona que viviendo allí, nunca la haya visitado. Al frente había una plaza que solía estar repleta de gente, el tiempo que duraba la luz del sol, ya que al oscurecer podía tornarse una zona un tanto peligrosa, un lugar de esos que es preferible esquivar cuando vas de camino a casa.

Miraba fascinado. Veía cómo las hojas amarillentas que el viento arrancaba bruscamente de los árboles, descendían enrollándose en pequeños remolinos, hasta llegar a posarse sobre los tejados rojos y la acera, coloreando las calles. Echó un último vistazo a aquel armonioso paisaje de tinte otoñal, arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó con su zapato para apagarlo. Dudó un instante entre encender otro o bajar, y al cabo de unos segundos optó por regresar a la cocina para almorzar junto a sus compañeros donde su mejor amiga lo esperaba guardando un lugar para él a su lado.

Carolina, tan simpática y amorosa, sin dudas una chica bellísima; era alta, lucía cabellos negros, usaba un flequillo que apenas cubría sus ojos color chocolate y contaba con unas curvas preciosas que no le permitían pasar desapercibida. Sus experiencias la habían convertido en una joven un tanto sensible y tímida, al menos hasta que entraba en confianza. Se caracterizaba por ser inconcebiblemente atenta, se detenía en cada detalle, por más mínimo e insignificante que fuera. Lo que más admiraba de su amigo era la infinita fuerza de voluntad que acogía dentro de sí y su enorme corazón. Le agradaba su ácido sentido del humor, él jamás permitía que tuviera un día del todo malo, y ella tampoco, desde luego. Lo adoraba.

No estaba muy hambriento, fue por eso que no comió mucho y cuando acabó, lavó sus manos rápidamente, luego caminó hasta la puerta de entrada para cambiar el cartel de lado, de modo que se pudiese leer "abierto" y, acomodándose la bandana que llevaba en su cabeza para sujetar su cabello, volvió al mostrador.

Un muchacho se acercó a la caja para hacer su pedido. Harry lo atendió cortésmente.

-¿Qué tal ese? Es apuesto. -Le dijo en voz baja mientras llenaba una taza de café.

-¿Cuándo vas a dejar de buscarme una pareja, eh? -Contestó sin mirarla.

-Cuando encuentres una, no es tan magnífico estar solo. Míralo, no está nada mal. -Se encogió de hombros.

-Si tanto te gusta, puedes quedártelo. Tómalo como un obsequio de mi parte. -Rieron.

Poco a poco el negocio comenzó a colmarse, los esperaba una jornada en verdad agotadora.


Cartas al cielo | LarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora