La mañana no podía ir peor, pero al menos todavía estaba a tiempo de arrepentirse y no cumplir con el compromiso que se había echado encima sin demasiada conciencia. Podía tomar de pretexto la discusión sin sentido que había comenzado el chico que la miraba con impaciencia desde la cama, y definitivamente podía mandar al diablo aquello de que aquel tatuaje significaría una especie de promesa entre ellos, considerando que ninguno de los dos creía en el matrimonio o en los anillos para simbolizar las uniones determinadas por la sociedad.
Terminó su cigarrillo, apagándolo en el cenicero que estaba posado sobre el buró, de su lado de la cama.
Sin ánimos, buscó entre sus cosas para sacar la toalla con que siempre se secaba, y anunció que se iría a duchar, aunque de cualquier modo, el chico no la escuchaba, a causa de la música que sonaba a todo volumen desde sus cascos.
Una vez en el baño, terminó por quitarse las pocas prendas que le cubrían, y miró su piel morena, desnuda, reflejada en el espejo. Extrañaba aquella época en la que su novio la seguía a la ducha para al menos compartir algo de sana intimidad, y luego suspiró, bastante frustrada.
Como lo era últimamente, la discusión había comenzado con una tontería que ni siquiera recordaba en ese instante. Luego creció a un par de malas palabras, y había terminado con un "Jódete", lo que más se repetía entre ellos. Al menos tres veces al día se mandaban al diablo, con la excusa más mínima.
Estaba cansada.
Aimar era un buen tipo, y de eso no tenía dudas: no era feminista, pero al menos era respetuoso con las mujeres y con el tema. No era el mejor artista que había conocido, pero podía reconocer que era bastante talentoso cuando creaba sus proyectos de vídeos. No era el más guapo, pero tenía ojos bonitos y un mentón fuerte, como los que siempre resaltaba su madre cuando hablaba de rasgos masculinos. No era el más simpático, pero al menos tampoco era borde todo el tiempo. No era el amor de su vida, pero habían sido amigos por bastante tiempo, y la atracción sexual que los puso en esa situación era innegable.
Ella nunca había querido admitirlo en voz alta, pero sabía a la perfección que su novio era bastante promedio, y aquello suponía que estaba bien, porque ella misma tampoco "se merecía tanto" .
Antes de meterse a la ducha, comprobó su móvil, encontrándose con un mensaje de María, su mejor amiga.
- Natalia, tía, ¿vendrás a la reunión de la noche?... Pablo está muy entusiasmado con el tema de que lo escuchen tocar por primera vez en el bar, y sinceramente, está siendo una patada en el culo con su insistencia, pero así lo compré y así me lo quedo... - Natalia sonrió, envidiando un poco la relación que su amiga tenía desde hacía varios años. Pablo era un tío bastante majo, paciente y sincero. A pesar de su pinta, tenía un corazón enorme y lo desbordaba con una alegría casi infantil. Además, aceptaba a María; aceptaba su irreverencia, su falta de tacto, su espontaneidad y su bisexualidad. Vaya, que Natalia sabía que eso no lo hacía excepcional, pero era algo que su propio novio no llevaba demasiado bien.
- Tú eres una pesada, pero Pablo nunca lo será, así que claro que iré- respondió, agregando unos emojis bastante explícitos.
- Jódete, Lacunza. Nos vemos al rato...- contestó su amiga, agregando una fotografía en la que le mostraba el dedo de en medio.
Natalia sonrió. Le agradaba la forma en que, incluso con las palabrotas, sabían demostrarse lo mucho que se querían. Bueno, al menos la reunión era un buen pretexto para tener algo de ánimos para ese día.
La ducha duró más de 15 minutos, y al salir, hizo todo el tiempo del mundo con la finalidad de pasar el menor tiempo posible en una situación silenciosa e incómoda con Aimar.