Prologo

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—Cariño, despierta.

La voz de mi madre me llamaba con dulzura, al tiempo que con suavidad empujaba mi hombro izquierdo.

—¿Ya llegamos? —estiré los brazos por sobre mi cabeza.

Dormir sentada realmente era incómodo, sobre todo en un espacio tan reducido.

—Ya casi —respondió, señalando el cartel que indica la entrada a la ciudad.

“Welcome to Vermont”

Otro maldito pueblo pasado de moda. Al menos este estaba rodeado por un bosque bastante denso, a diferencia del anterior.

—Estoy segura de que te gustará aquí.

Mi madre, que mujer tan noble y dulce. Ella siempre lo dio todo por mí, sacrificó tanto… merecía ser feliz. Por esa razón accedí a entrar a la universidad; no lo necesitaba, pero quería que al menos tuviera algo por lo que se sintiera orgullosa de mí.

—Sé que es difícil, pero nos esforzaremos—soltó el volante y cogió mi mano presionándola con fuerza—. Esta vez funcionará.

—Y si no, siempre podemos mandar todo al diablo de nuevo.

—Nicole, por favor.

—Serena, mamá. Mi nombre es Serena.

No era suficiente con tener que abandonar mi país natal junto con mi vida, también debía cambiarme el nombre.

—Lo sé, mi vida, pero es más sencillo acostumbrarse de este modo.

—Nicole Seller, que nombre más patético —me crucé de brazos demostrando mi indignación—. Mi IQ baja un punto cada vez que lo digo en voz alta.

Me molestaba sobremanera tener que renegar del nombre que mi padre me había dado. Me sentía orgullosa de ser Serena Tsukino, pero debido a las circunstancias no existía otra opción.

—Nicole Seller, maldita porquería —volví a murmurar enfadada.

—¡Ya basta, Nicole! —me regañó mamá—. Y ya deja de maldecir, sabes que no hay otra manera.

No dije más, estaba de malhumor y no era justo desquitarme con ella. Toda la mierda que estábamos viviendo era mi culpa.

Desvié mi atención al teléfono para contestar los mensajes de Kotaro, mi mejor amigo. Él era la única persona en el maldito mundo que en verdad me importaba, además de mi madre claro.

Al entrar a la ciudad me percaté de que era muy distinta al pueblo viejo y aburrido que había imaginado. La mayoría de los transeúntes eran jóvenes, universitarios de seguro. Pero no me interesaban, no estaba allí para hacer amigos.

—Llegamos —enunció entusiasmada mamá, al tiempo que aparcaba detrás de un viejo edificio—. Veamos con qué nos encontramos.

Bajé del coche a regañadientes y la seguí cabizbaja hasta dentro de la casa.

—Hogar, dulce hogar.

Mi madre y su maldito positivismo.

—Vaya porquería —me quejé, metiendo las manos en los bolsillos de mi hoodie.

El lugar era un fiasco; olía a moho y polvo, había basura regada por todos lados de donde las ratas salían corriendo para adentrarse en las paredes en busca de refugio.

—Nicole, deja de quejarte —me reprendió con la mirada—. ¿Qué te parece si comemos algo antes de empezar? Así tendremos más energía para limpiar.

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