Sentado, viendo la hora. Esperando una dosis de sentimientos que falsamente creo necesitar.
Acostado, aguardando. Observando al reloj mientras me cuestiono la situación.
¿Qué cuestión he de analizar? Si antes de que todo pasase le di mil y un vueltas al tópico del mes. ¿Cuánto miedo ha de infundir una simple oración, una muestra de afecto?
Le miro sin verle y le espero paciente a que escuche mi voz. Y a pesar de todos los esfuerzos sigue siendo una tortura mutua. Cansado, he de decir, se hace la rutina cuando se habla de algo mayor. Ya sin embargo la costumbre abrazó mi paciencia y me obligó a sonreír ante aquellas débiles palabras que incluso para personas como yo eran difíciles de decir.
Quizá suene loco, inclusive extremadamente tonto, pero creo que acarreo una suerte de pobre diablo quien espera encontrar una flor hermosa en un florero de cristal vacío cada que llega a casa. Estas declaraciones sólo aumentan mi duda: ¿Acaso espero ver aquella flor alguna vez, o me siento extasiado por la idea de tener un florero vacío el cual podré llenar de bellos ejemplares?
Es aquí donde me pregunto si mis intenciones están dirigidas a la autosatisfacción o hacia una buena acción profundamente mal encaminada. Me duele mucho cuestionar ello, pero, si he de querer lo mejor, es preferible romper los cristales de mi habitación al de los de una casa ajena.
Le observo y no puedo quitarme de la mente un dibujo calcado. Gustos, personalidad, afecto. ¿Acaso es una maldición, o soy de la clase imbécil inconsciente? Quitando a un lado la tendencia pseudo sadomasoquista que creo haber heredado de cierta persona, y el hecho de que ciertas ideas sigan rondando mi pobre y cansada mente, ¿Por qué habría de hacerme este tipo de cosas de nuevo? He sufrido suficiente ya como para volver a sacar el lápiz y papel a este punto y comenzar a escribir historias melancólicas de nuevo.
A veces es preferible morir sin saber que estabas enfermo. Pues bueno, yo estoy enfermo.
Lo peor que puedo decir es que no es algo que vaya a matarme directamente, de eso ya me encargaré yo, lo absurdo de la situación es vivir con esta constante punzada de saber que todas mis elecciones terminan inclinando hacia un mismo polo que, quiera o no, me generará la misma ansiedad de la que presumo escapar.
Hay días bonitos, días feitos. Luego están esos días de constante aburrimiento en los que tienes tiempo de hasta averiguar de qué se morirá tu madre, cómo te sentirás y qué opinarás.
Yo simplemente espero aquél día en el que la mutualidad de los sentimientos no se quede en un par de palabras flotantes y que sobrepasen un modal de agradecimiento regresivo; esperaré ese momento en el que pueda iniciar mi día con alguna frase que alegre a cualquiera sin que yo la haya incitado, ni mucho menos solicitado. Seguiré esperando, algún día, dejar de sentirme tan prepotente y acaramelado y pasar de ello a sentirme como la persona más orgullosa y feliz que pueda existir.
Pero para ello, tal y como puedo observar, faltan algunos años y un par de experiencias.