Las lágrimas caían quemando pero no mi cara sino mi ego totalmente destruído, me iban lastimando cada sentido de amor propio, ahí estaba yo muerto una vez más, vivía los segundos como angustiosos y letales disparos a mi valía de hombre y deportista... Un zombie que actúa sin sentido, envuelto en la desidia y decepción. Sin darme cuenta, sentía que que si perdía una jugada perdía en todo, en el amor y el perfecto sentido que tiene la vida.
Así es como en la vida confundimos los roles y la verdadera razon de nuestro existir.
Caminé directo al hotel con pisada lenta y casi arrastrando los pies, pensaba en todo, el auspicio que había recibido, la decepción de mis amigos y familia, y más que todo en que muchos ya no creerían en mi, cómo deportista e instructor...
Me sumergi tanto en mis propios cuestionamientos que no percibí que estaba en peligro, y que pronto me daría cuenta que la vida y lo que somos vale más que cualquier competencia...