El dueño del pueblo

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Era un día soleado, más caluroso de lo normal. Danniel Coleman, más conocido como Danny, trotaba lento mientras se encaminaba a su destino. De vez en cuando su caballo jadeaba por el calor y Danniel no tenía más remedio que frenar su trotar. El animal que montaba era un andaluz castaño que le fue regalado cuando
visitó la Península Ibérica. Era un fiel corcel de ocho años de edad, sin temor a nada, como su jinete. A lo largo de los años, Danny había aprendido a ignorar el miedo. Para
él, el miedo solo era una pequeña máquina que golpeaba el cerebro y el corazón cada vez que veía algo que no le era familiar. Lo único que había que hacer era destruir esa
máquina. Coleman era un hombre muy conocido en las Montañas Rocosas. Había descubierto más de cincuenta casos de sucesos extraños, desde robos de cosechas hasta desapariciones de litros y litros de whisky. El caso al que se enfrentaba no era nada del otro mundo, se decía él. Nada que no hubiese hecho antes. Solo tenía que averiguar qué indio sin agallas se había atrevido a robar ganado, destrozar cosechas y
asesinar gente.
Espoleó al andaluz con sus brillantes espuelas de estrella y salió al galope.
Agarraba las riendas con una mano mientras que con la otra se sujetaba el sombrero. Llevaba dos armas de fuego: un rifle Henry que compró con su propio dinero, que le
permitía disparar veintiocho balas seguidas, y una Carabina Sharp, de un solo tiro, un arma que le robó a un ladrón y que solía usar para cazar bisontes. Sus dos rifles chocaban con el borrén trasero de la silla y a menudo con la grupa del caballo,
haciendo que aumentase el galope.
Pasada casi una hora, Danny entró en el pueblo. La gente susurraba a sus
espaldas y los niños se acercaban al jinete, haciendo que el caballo relinchase a modo de advertencia. Un hombre mayor, de unos cincuenta años largos, se acercó a Danny
y agarró las riendas del andaluz. Danny resopló y se bajó del caballo, levantado polvo cuando sus botas chocaban contra el suelo.

— Hola Danniel… — comenzó a decir aquel hombre.

— Danny — interrumpió Danniel secamente.

— Danny…no te esperábamos hasta mañana — dijo mientras se colocaba el chaleco.

— Me gusta acabar las cosas rápido. Explícame que ha sucedido en este
lugar — dijo mientras se quitaba las riendas de la mano y ataba al caballo a un poste.

— Hemos tenido ataques. Un grupo de indios entró en el pueblo y nos robaron el ganado y las cosechas. Sin embargo, un hombre armado mató a cuatro personas. Estoy seguro de que no era un indio.

— Está bien. — Cerró los ojos y los volvió a abrir. — Quiero hablar con el sheriff para saber quiénes fueron asesinados.

— El sheriff fue uno de los asesinados, los otros tres fueron meros banqueros, pero familia del sheriff.

Danny carraspeó y gruñó. Enredó sus dedos en las crines del caballo y
comenzó a meditar. Finalmente miró al hombre.

— ¿Cuándo ocurrieron los ataques?

— Ocurren cada dos días más o menos. Siempre por la noche.

— Bien. — Danny sonrió. — Quítale la silla y la brida al caballo y dile a la gente que se meta en sus casas. Yo me encargaré de atrapar a ese individuo.

Danny se pasó el resto del día paseando por el pueblo. No era muy grande. Era una simple calle principal con varios locales a los lados: un salón bar, un banco, una posada y varias casas. A las afueras estaban los campos de cosechas obviamente vacíos. De vez en cuando, Danny se pasaba por allí para analizar el
campo.
Danny se encontraba bebiendo un whisky cuando sonaron las campanadas de las tres de la mañana. El salón-bar estaba vacío, como era de suponer. No hubo ningún ataque en toda la noche.

— No tiene sentido seguir esperando — se dijo. Pagó la bebida y se dispuso a marcharse. No se había cambiado de ropa en todo el día y estaba
deseando llegar a la posada a lavarse.
Salió del local y caminó hacia la posada. De repente escuchó el sonido de los cascos de un caballo al galope. Rezó para que no fuese su andaluz, pues el caballo se había escapado más de una vez. Cogió la Sharp. Se dio la vuelta. No era su caballo. Era un caballo negro como el azabache. Sus ollares se abrían cada vez que daba a un tranco. Sus ojos rojos brillaban en la oscuridad de la noche y sus gruñidos y relinchos cortaban el silencio del aire. Pero lo más tétrico no era el caballo, sino el jinete. Un
hombre alto vestido de negro, cuya cara no se dejaba ver por el sombrero. Sin embargo, su boca sí se podía ver. Se encontraba cerrada, cosida por unos hilos negros finos como serpientes venenosas. Frenó al animal a escasos diez metros de Danny.

— Suelta el arma Danniel — una voz grave se metió en la cabeza de Danny. Aquel hombre no abría la boca pero era capaz de hablar con él.

— ¿Quién eres? ¡Bájate del caballo o te juro que te hago un boquete en el
pecho! — gritó. Danny estaba asustado. Su miedo le invadía como una epidemia mortal. Intentó vencerle pero la voz de aquel hombre volvió a meterse en su cabeza.

— Como quieras. — Dijo. Bajó del caballo. – Adelante Danniel, atrévete a dispararme. No tienes agallas.

— ¡Cállate! — gritó Danny apuntando con su arma al pecho de aquel hombre.

— ¡No tienes agallas! — gritó en su cabeza.

Y disparó. Cerró los ojos evitando mirar el destrozo que la Carabina le habría hecho en el pecho. Pero volvió a vencer su miedo y miró.
El hombre se encontraba allí, de pie, con un agujero del tamaño de la cabeza
de un jabalí en el pecho.

— Dispara otro, Danniel, intenta matarme.

Danny gritó preso del terror. Echó a correr hacia la posada. Cuando llegó a su habitación se aseguró de cerrar todas las puertas y ventanas, pero antes de cerrar la última miró por si acaso. Ese hombre no estaba allí, solo se encontraba su caballo bebiendo en el abrevadero. Palideció y cerró la ventana. De la canana de cuero que
llevaba en la cintura sacó un revólver Schofiled de calibre 45 y apuntó hacia la puerta.

— Sé dónde te escondes, Danniel — canturreó aquel hombre. No, no era un hombre, era un fantasma, un espectro.
Danny agarró el revólver con más fuerza intentado evitar el temblor de sus manos. Vio cómo la sombra de aquel individuo se paraba enfrente de la puerta. Luego, con sus propios ojos, vio como aquella figura traspasaba la pared. Con un sonoro grito, golpeó con su codo la ventana, rompiendo el cristal.

— ¡Ayuda, ayuda, por favor! — Danny sollozó. Nunca se había sentido tan
abochornado.
El espectro rió con fuerza, burlándose de Danny. Tomó una gran bocanada de aire y le llamó cobarde, taladrándole la cabeza con su voz. Danny dio media vuelta,
aún temblando, mirando a aquel hombre fantasmal. Levantó el revólver y le apuntó.

— Te juro que como vuelvas a hablarme, te vuelo la cabeza —tartamudeó.

— ¡Oh! ¡Venga, vamos! Inténtalo — rió.

— ¡He dicho que te calles! — gritó a la vez que disparaba.

La bala del revólver Schofiled le atravesó la cabeza. Literalmente, la atravesó. La bala se incrustó en el marco de la puerta, dejando a Danny perplejo. ¿Cómo era posible que la bala de la Carabina le hiciese un destrozo enorme en el pecho y la bala del revólver le atravesase?
— Buen tiro — rió el hombre. Llevó su mano a la espalda y sacó una sofisticada Winchester, mucho mejor que su rifle Henry y que la Sharp. Le apuntó sujetando el arma con una sola mano. — Me toca. — Sonrío.

La bala entró con tanta fuerza en el pecho de Danny que le lanzó por la
ventana, quedando muerto sobre el suelo.
El jinete fantasmal salió del local. Se subió a su caballo negro y salió del pueblo al galope, sonriente, satisfecho de lo que había hecho. Danniel Coleman debería haber sabido que de aquel pueblo no sale nadie. Por lo menos no con vida.

De donde se encontraba el cadáver de Danniel, surgió una figura de ojos
negros, como aquel ente que le había quitado la vida. Caminó hacia donde se encontraba el caballo y se subió a él. Intentó abrir la boca, pero ésta se encontraba cosida. Aún así, sonrió.

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