Un encuentro inesperado

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¡Auxilio, auxilio!

Que alguien me ayude, por favor… ¡Se muere!

Es solo un niño, por piedad de Dios. Alguien… ¡Un doctor!

Esos fueron los lamentosos gritos que aquel hombre misterioso, aparecido en la entrada de urgencias hace tan solo dos días. De tan solo acordarme, se me ponen los pelos de punta. Jamás creí posible ver a alguien en tan horrible estado. Eso fue el fin de mi carrera médica.

Todo comenzó al inicio de esta semana laboral. Estaba por iniciar mi turno dentro de urgencias médicas en lo que parecía ser una noche tranquila. La luna brillaba; eran pocos los automovilistas que circulaban, y solo podía imaginar a todas aquellas personas que descansaban tranquilamente en su hogar. Durante el transcurso del día solo se habían presentado dos pacientes, ambos por enfermedad. Cero accidentes, cero altercados. No sé si el destino estaba marcado, o claramente yo era quien atraía la negatividad; pero esta fue la peor noche de mi vida.

El reloj corría sin prisas, y era alrededor de la media noche.

Yo tomaba un café para poder resistir toda la jornada; cuando de pronto las puertas se abrieron de par en par, dejando entrar a un viejo sacerdote de cara pálida y facciones notoriamente saltadas. En sus  brazos sostenía un pe-queño niño, no mayor de 8 o 9 años de edad. Mi rostro se entristeció con notoriedad; no podía creer como un pequeño –de la edad de mis hijos– podía encontrarse en tal circunstancia. Su piel se encontraba por completo desgarrada, de la boca no cesaba de brotar sangre, mientras que sus extremidades se encontraban incompletas.

-¿Qué sucedió?  - Pregunte al viejo sacerdote.

-Doctor, el quirófano se encuentra listo. – dijo una joven enfermera.

-Perfecto, diga a los guardias que no dejen ir al viejo. –Exclame.

La operación fue muy extensa, y aún falta mucho por hacer. Lamentablemente, ya no me siento capaz de seguir en lo personal con el proceso de recuperación del pequeño. Lo que me sigue inquietando mucho –entre otras cosas de la misma noche-, es que tras seis largas horas de operación, el viejo cura seguía esperando. Se encontraba parado justo en el mismo lugar donde lo deje, parecía no haber movido un solo musculo. La situación era increíble-mente perturbadora.

Todo lo acontecido me había dejado exhausto, pero necesitaba saber que había ocurrido, saber quién era ese extraño hombre. Al acercarme, me sentí  identificado de manera extraña con él, como si se tratara de un viejo amigo o un familiar. No pude evitar recordar aquellas historias que me estremecían cuando niño, en las que según cuentan, el alma de un ser humano se divide en dos tras presenciar un hecho horrible. Recuerdo haber soltado una ligera sonrisa; qué idea tan estúpida había cruzado por mi mente. Soy una persona de ciencia, por Dios santo, no puedo siquiera asomar las narices en tan ridículas ideas.

Al levantar la cabeza justo lo suficiente para ver cara la cara de aquel hombre, se me helo la sangre por completo. Su rostro era inexpresivo. Tenía la piel blanca como la nieve, y el cabello negro como la noche. Sus cejas eran tan delgadas, que apenas se lograban ver de cerca. Sus ojos, perdidos en el vacío con una mirada que parecía solo contemplar la nada. Sus labios –del-gados y azulados como paciente por hipotermia- se encontraban rígidos, sin una sola pizca de sentimiento. Completamente impactado, solo tuve energía para preguntar una cosa: ¿Quién eres?

Los minutos pasaron acompañados de un completo silencio, interrumpido solo por el latir de mi corazón, cuyo sonido creció de forma estrepitosa al sentir una delgada y fría mano sobre mi mejilla…

-S..Soy… Soy, tú. –Dijo en voz baja el cura.

El tan solo recordar aquellas palabras tan irracionales hace que mis noches de descanso se conviertan en tremendas pesadillas. Dentro de mi mente, cada día soleado se cubren de un sinfín de nubes grises. Y es que, ¿Cómo puede ser que aquel viejo sacerdote y yo seamos uno mismo? Es decir, eso es científicamente imposible. Quizás las historias de mi abuela son ciertas, o quizás estoy perdiendo completamente la cabeza. No es de extrañarse que en este momento me haya quedado completamente solo. Mi esposa, mis hijos, todos se han ido, y con justa razón. No soy nada más que un viejo loco. ¿Será?

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