¿Tienen los sueños algún significado? A lo largo de la vida las personas han buscado de demostrar que detrás de las imágenes mentales existe un universo más complejo, más elaborado del que creemos. ¿Los sueños realmente significan algo? Premoniciones, deseos reprimidos e incluso mundos paralelos que se manifiestan ante nosotros por los medios oníricos.
Me encanta cuando viajo a nuevos mundos, alimenta mi alma y la satisface; una sensación de complacencia me inunda cuando conozco gente maravillosa y te toca experiencias estupendas. Como aquel muchacho grandioso, mi novio. O al menos lo era allí. Una relación perfecta, que cualquiera pudiera envidiar. O como esas veces donde cada acción realizada se siente real. ¿O si era real? ¿Somos nosotros la manifestación del subconsciente de un ente superior? ¿Son nuestros sueños nuestra verdadera vida? Si así fuera...
No quisiera regresar nunca a aquel lugar. Cada una de nuestras experiencias inconscientes son olvidadas inmediatamente, pero ese día, ese día es de esos que no quisiera rememorar. Pero está constantemente allí. Cada detalle cada conversación, lo recuerdo como una experiencia traumática de la vida real. ¿Quizá lo era?
Ese día se presumía como cualquier otro. A penas llevaba unas pocas semanas en aquél nuevo país. Adaptarse; nuevas personas; nuevas costumbres; y un acento el cual, si no escuchas atento, te sumerges dentro de un torbellino de palabras desconocidas que sólo te dejan más confundido. En fin, no existía ninguna anormalidad. En busca de un mejor estilo de vida, cualquier cosa era diferente.
A pesar de no poseer suficiente dinero en mis bolsillos, decidí entrar a un pequeño abasto que se encontraba en mi camino. Lo primero que distinguí al entrar fueron las tres cajas en fila para pagar los productos a vender, además de unos cinco pasillos llenos de comestibles. Di apenas dos pasos, dispuesta a entrar a dicho establecimiento cuando, a alzar la mirada, mayor fue la asombro al encontrarme con alguien conocida. ¡Sorpresa! Cuando dejas un país detrás, lo menos que imaginas que reencontrarte con personas que, incluso viviendo en el mismo lugar, hacía tiempo ya no veías. Y nos dedicamos quizá una media hora a hablar de nuestras experiencias, nada fuera de lo común, y el cómo ya llevaba unos cuántos años en el país. ¡Vaya! Cuando dejas de ver a algunas personas, pierdes demasiada información.
—¿Y tú hija? —pregunté con inocente curiosidad.
A su lado había una mujer, unos cuantos años mayor, pero tan parecidas que en otros casos de pudiese pensar que son gemelas, si no fuese por las arrugas y las canas de la más vieja. Supuse era su madre quien arrugó la cara justo en el momento en que mencioné a su nieta en la conversación. Alce una ceja con curiosidad y regresé la vista a la muchacha, no tan muchacha, en realidad. Su cara de tornó afligida, o más bien triste.
—Ya no me recuerda —en su voz se escuchaba la lucha interna por no quebrarse—. Ha tenido que quedarse y ya no me recuerda.
Decidí inmediatamente que hasta allí debía durar la conversación. Era obvio que no se sentía cómoda y que sin querer había presionado una tecla que no debía presionar. Me despedí de ambas mujeres con una pequeña sonrisa, en parte con vergüenza porque haberla hecho pasar un mal rato que seguro duraría un buen tiempo del día.
Una vez que me hube despedido, caminé dentro de la tienda para descubrir una gran variedad de productos, lo cual no se podía distinguir. El lugar no estaba lleno, pero tampoco vacío. Varias personas con carritos y otras haciendo su fila correspondiente para cancelar lo que debían. Empecé a curiosear el primer estante cuando escuché un fuerte estruendo a mi espalda, seguido de varios gritos desesperados. Me congelé plenamente sin saber por qué, pero aquello no he había dado buena espina ni relajado, sobre todo en el momento que escuché en una voz ahogada, como si aquella boca estuviese cubierta por una tela:
—Esto es un asalto.