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Con las mejillas secas por las lágrimas, me prometí jamas volver a pedir cosas imposibles.
Con el corazón lleno de frustración y tristeza, me prometí jamas jugar con mi vida de la manera en que ellos hicieron.
Y la perdieron.
La perdieron de una manera tan estúpida, por un momento efímero de adrenalina.
Y ahora se arrepentirían durante toda su existencia.
Y ahora jamás volverían a pasar por aquella curva sin recordar la vida perdida de sus compañeros.
Jamás.
Mientras uno de ellos gritaba como si fuera a él al que se le estuviera escapando la vida de las manos.
Mientras él gritaba por ayuda, a mi me temblaban las piernas.
Prometiéndome jamás volver a pisar aquella curva.
Prometiéndome jamás jugar con mi vida y la de mis amigos de esa manera.
Me temblaban las manos, frías como el hielo, mientras llamaba a emergencias, sin resultados.
Sin señal.
Me temblaba la vida y el corazón, mientras alzaba las manos frenando a los carros que se aproximaban.
Y me tembló el alma, mientras la gente se arremolinó viendo si podían ser de ayuda en algo.
Y no podían hacer nada.
No podían hacer nada, y se dieron cuenta de ello cuando la persona que estaba en el suelo sosteniendo a su amigo, dejó de gritar, para pasar a sostenerlo con fuerza.
Mientras el otro respiraba forzosamente, tortuosamente lento.
Lo sostuvo con fuerza, empapándose las manos de sangre, y miró al cielo.
Con las mejillas llenas de lágrimas.
Yo me pregunté si con el tiempo, el muchacho olvidaría el rostro de su moribundo amigo. Me pregunté si con el tiempo olvidaría ese sentimiento de arrepentimiento y frustración.
Me pude responder sin problema: tal vez olvidaría su rostro. Pero jamás olvidaría el sentimiento.
Que no podía hacer nada mientras su amigo moría en sus manos.
Y yo prometí jamas volver a desear cosas imposibles.

Los confines del universo y de mi mente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora