http://11_OTRA CLASE DE ENCUENTRO

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Hange se había sentado frente a la computadora decidida a mantener una larga conversación con la única persona que podía proporcionarle alguna pista sobre el secuestro de su hermano y, de pronto, se encontraba con que esa persona le reconocía que la noche anterior le había mentido.

Ella ya había intuido que ese chico, por simpático que le hubiera parecido, no le había contado todo lo que sabía. Por eso estaba furiosa desde el principio.

Tan sólo se había tratado de un presentimiento, pero no había podido quitárselo de la cabeza y ahora se confirmaba.

Ansiosa como estaba por descubrir la verdad, había fingido encontrarse mal para que su tía Liz le permitiera saltarse las clases. En vez de quedarse en la cama, lo primero que hizo cuando su tutora hubo salido a hacer las compras fue y se conecto a Facebook, decidida a sonsacar a aquel desconocido hasta la última gota de información.

Hange, 16 de febrero de 2011 a las 09:57
No sé qué sabes, pero será mejor que nos veamos personalmente para que me lo cuentes.

El chico de la habitación, 16 de febrero de 2011 a las 09:59 Tendrás que conformarte con chatear. Hace mucho tiempo que no veo a nadie.

Hange, 16 de febrero de 2011 a las 10:01
Quizá puedas hacer una excepción. Creo que la situación es lo suficientemente grave.

El chico de la habitación, 16 de febrero de 2011 a las 10:03 Imposible. Lo siento de veras, créeme.

Hange, 16 de febrero de 2011 a las 10:05
Pues entonces debes prometerme una cosa.

El chico de la habitación, 16 de febrero de 2011 a las 10:06 ¿Qué?

Hange, 16 de febrero de 2011 a las 10:07
Que no volverás a ocultarme nada ni a mentirme.

El chico de la habitación, 16 de febrero de 2011 a las 10:10 De acuerdo. Tienes mi palabra.

Hange bebió un sorbo de Coca-Cola mientras pensaba cómo sonsacar a El chico de la habitación las cosas que se había guardado. Aún más complicado era encontrar la forma de cerciorarse de que le contara toda la verdad.

Se le había ocurrido que, si conseguía encontrarse con él en persona, podría detectar con más facilidad cualquier embuste que tratara de colocarle. Era buena interpretando el lenguaje gestual, aquello que más nos delata.

Sin embargo, ese desconocido se mostraba reacio a tener una cita en el mundo real.
Mientras cavilaba la forma de convencerlo, su tía entró repentinamente en la habitación para preguntarle cómo se encontraba. Estaba tan sumida en sus reflexiones que no había oído abrirse y cerrarse la puerta principal.

Al verla sentada frente a la pantalla, Liz le dijo:

—¿Pero tú no te sentias mal?
Hange forzó la tos antes de decir:
—Sí, muy mal. Pero eso no me impide estar delante de la computadora.
—Si estás enferma, debes descansar —soltó su tía mientras se acercaba a la máquina para apagarla.
—Nooooooooooooo... —suplicó Hange al tiempo que cazaba el brazo de Liz al vuelo.
—Tienes que descansar.
—Estoy chateando con un compañero de clase porque me tiene que pasar unos apuntes.
—No me mientas.
—No te miento —dijo Hange mientras ponía esa cara de niña buena que tanto encandilaba a su tutora.

La tía Liz dudó unos instantes, pero al final cedió porque era una buena persona.

—Está bien. Te doy cinco minutos más. Luego, de vuelta a la cama.
—Gracias, tía.

Y justo antes de marcharse su tutora soltó algo que, de forma accidental, resolvía su problema de comunicación con El chico de la habitación:
—Ay, esta juventud está todo el día enganchada a la computadora. Y eso no es bueno, Hange, nada bueno. Tienes que hablar con la gente cara a cara. Hay que mirar a los ojos para acceder al alma de las personas.

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora