La verdad es distante ante nosotros. Solo sabemos que aunque seamos diferentes. Somos el complemento, somos esa especie de unidad que la llaman amor... ¿Amor? Sí. Eso que le damos significado con alguno que otra mujer. Que me enloquece, que entiende mi locura, que trata de surgir de mis bellas palabras. Aunque el amor no tenga definición alguna. Es así.
Las únicas cosas que ha de importar en las noches de invierno. Su risa. Su cuerpo. Su alma. Son las cosas que ha de importar en una vida que no tenía sentido alguno.
Las cosas que hablábamos, intentábamos que los días y las horas fuesen eternos para los dos.
Lo único que surgía, era la bella capacidad de sentirte, de tocarte, y de poderme expresarme con aquellos versos y las comillas que salen de su hermoso rostro.
Y de esas aquellas cosas, en las que solo me importaba hacerte feliz. Como aquél día en el que salió de la nada escribirte. Cada día, cada noche. Recordándote. Como si fueses un cuento, una historia sin fin, en la que siempre salías tú con una sonrisa...
Al mirarte, se me hace débil hablarte. Al verte los ojos caigo con tus hermosos ojos, y con las únicas palabras efímeras que solamente me hacían débil...
Y en esas noches, que el sueño se va de mi mente... Que sales tú, en uno que otro recuerdo que abunda en cada noche que paso recordándote y haciéndote más mía.
En esas noches en la que el insomnio me despertaba...
Y en esas noches que la luna llena se posaba ante mi ventana y recordaba lo hermosa, lo bella que eres...
De tantas mujeres, de tanta multitud de gente que ronda por la vida y da un pequeño paso, y deja un pequeña huella. Fuiste la única que pudo sonreír al ver que todos no lo hacían. Tú, que haces brillar, que hacer despertar cada una de las noches que te escribo.
Te pido por favor. Que algún día me leas.
-Yo, en el insomnio. Contemplando cada noche que paso hablando contigo. Hasta el amanecer...