santas y putas

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SANTAS Y PUTAS Javier Ramírez Viera

Escritia.com JavierRamirezViera.com Amazon.com 2010, Las Palmas de Gran Canaria, España. ISBN 1456307940 EAN-13 9781456307943 Printed in USA-Impreso en Estados Unidos. Todos los derechos reservados. Quedan terminantemente prohibidas, sin la autorización escrita del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamos públicos.

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SANTAS Y PUTAS

Javier Ramírez Viera

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Capítulo primero

*Bip, bip* *Tiene un mensaje nuevo* *Número desconocido* “Zorra, que eres una zorra” *Recibido hoy a las 2.35h* Aquella segunda vez, Eugenia tuvo verdaderas ganas de estrellar el móvil contra las vitrinas, los espejos o la máquina de música de aquel pub. Y aquella cara de frustración no pasó desapercibida para sus dos amigas, las que compartían mesa con ella en el local. Todas en la esquina, casi parapetadas en lo oscuro, empero en rojos de submarino, siendo el punto más estratégico del lugar, como los romanos en Gibraltar, a la manera de ir viendo toda la gente que salía y entraba al negocio. Pero nadie dijo nada. Si acaso, Eugenia se regañó apenas un instante, volvió a meter el celular en el bolso y a tomar otra profunda calada, casi suspirándola al terminarla. *Bip, bip* *Tiene un mensaje nuevo* *Número desconocido* “Puta te vas a acordar de mí” *Recibido hoy a las 3.21h* Y así volvió a pitar el móvil. Tampoco habría tregua en la parada del autobús, con el frío; una minifalda en riguroso

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negro para tramar el espejismo de disimular los kilitos de más, un top de lentejuelas doradas y apenas una fina rebeca no ayudaban mucho en la intemperie. Ni siquiera el escueto bolso, casi sólo la funda del móvil, se dejaba caer en su muslo para abrigarlo, sino para hacerlo como compaña tediosa por sus hebillas metálicas, frías como el hielo de los mojitos. La que restaba de ambas amigas de aquella noche de copas, pues la otra era ahora tránsfuga con un ex novio, dejó caer su mirada sobre la “homenajeada” de la noche por vía satélite y ahora por más tiempo, como pidiendo explicaciones sobre qué tanto secreto se traía con el celular. Pero no hubo respuesta; aquello era personal, y no tanto como para no contarlo, sino que Eugenia quería estar segura primero de quién la estaba acosando. *Bip, bip* *Tiene un mensaje nuevo* *Número desconocido* “Te estoy persiguiendo” *Recibido hoy a las 4.19h* Encima, el atasco de cuerpos dentro de autobús había sido tedioso, como para recibir otro mensaje a las puertas de casa. Había tardado una eternidad en llegar a ella, cosas de una huelga y por la festividad de la patrona de la isla. Pues así, el transporte se había rebosado de gente, que a esa hora solía ser de la festiva, sudada y dicharachera, molestosa, que acaso la peste a tabaco daba igual porque Eugenia era más que adicta a él. Sólo apenas un minuto antes, otra vez el bip del celular... por lo que, todavía en el ascensor, Eugenia buscó con prisas las llaves en el bolso, abrió la puerta del sexto con cuidado, su casa, su piso, y, casi a hurtadillas, queriendo pillarse al del delito con las manos en la masa, quitándose los zapatos, y

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con ello sus tacones de cascos de caballo, pasó al salón a oscuras para encontrarse algo mejor que al “sinvergüenza” de su ex marido, que no era otra cosa que el móvil de éste sobre la mesa. Y todavía estaba caliente... Eso, al menos, creyó sentir de él Eugenia, pesando en que si a esas altas horas de la madrugada aquel tipo lo había usado, acaso era para enviar esos inmaduros y despechados mensajes. No lo indagó, metiéndose en sus menús. Lo devolvió a su sitio, para respetar en este caso ese estúpido sentido de la intimidad para según qué cosas, y terminó tomando lugar en el sofá, enfrente de aquella línea de horizonte que salía por debajo de la puerta del baño; la luz de éste estaba encendida. Sonó la cisterna, un bostezo, y Fran salió todavía subiéndose la cremallera del pantalón. Tremendo susto que se llevó, aunque en toda la noche no hubiera esperado otra cosa que el regreso de aquella mujer que una vez le perteneciera; bueno... al menos, creyó pensar en apenas un instante, encontrarla de sopetón en la casa era mejor que, desde la ventana de la cocina, verla salir del coche del algún desconocido, como la última vez, y del cual intentara coger la matrícula para seguir haciendo el tonto. En aquella experiencia como improvisado canguro de sus dos hijos había recorrido toda la casa de una esquina a la otra como un recluta en su imaginaria, esperando el cambio de turno no con sueño, sino con el nerviosismo de un padre primerizo en el pasillo del materno, con su esposa del alma a punto de dar al mundo gemelos y por cesárea. En aquella otra maldita madrugada, y ya iban dos, había conocido como nunca la que fuera su casa, fijando su melancolía en cientos de detalles nuevos que siempre le habían pasado desapercibidos; de tanto estar en la ventana, de tanto rondar la vista por el barrio, pensaba que casi sería capaz de reproducir aquel marco de aluminio, sus cristales y cierres de memoria... así como hacer un plano de la plaza y del parking, de tanto que perdió la vista esperando ver de regreso aquellas lentejuelas. El bien “bien vestir” que el

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⏰ Última actualización: Oct 24, 2010 ⏰

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