VIII

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Capítulo VIII:

– Entonces tú tienes… ¿40 años?

-- No, pero te acercas. Tengo 34.

– Pero entonces tú no tenias más de 14 años cuando… ya sabes… lo hiciste.

– ¿El qué? ¿Matar a una persona?– dijo riendo.

– Sí, eso. – contesto totalmente colorada

– Yo en realidad no sabía por qué lo estaba haciendo. Los adultos decían que era un monstruo y que nos mataría a todos y cuando fueron a por él les pedí que me llevaran. Que emoción más grande para un niño. –dijo apartando la mirada. – cuando el hombre  se escapo yo me vi acosado por la culpabilidad. Así que lo perseguí, no sé si para matarlo a él también o para disculparme. Y lo encontré. Pero fue él quien mató a la persona que fui.

Estaba pensando en esa conversación que había tenido hacia tan solo un par de horas. Liane cerró los ojos cuando una brisa de aire le acarició la cara. Se encontraba en el jardín trasero del castillo (si, estaba en un enorme castillo de piedra), todo a su alrededor tenía un brillo dorado, el otoño acababa, y las ultimas hojas ocres caían suavemente hacia abajo. Y llegó una brisa que las hizo volar con elegancia. Liane se sentía tranquila. Ya llevaba una semana sin estar encadenada, sin intentar huir ¿adónde iba a ir? Ya no sentía esos horribles pinchazos que la hacían gritar y caer al suelo. Y aun así había un terrible temor que moraba dentro de ella. Max le había dicho que la transformación sería pronto. Le dijo que dolía, pero no le dijo en que se convertiría. Según él, eso nadie lo sabía hasta su primera vez.

Escucho unos pasos por detrás de ella, alguien se acercaba pisando sin piedad las hojas caídas. No se giro, pero sintió una presencia a su lado. Liane sintió un extraño olor a incienso. Abrió los ojos. Ante ella había otro chico, de pelo y ojos negros, totalmente vacios de toda emoción.

– El doctor requiere tu presencia.

El doctor, el hombre que con tanta persistencia había perseguido Max. El hombre que la había convertido en un monstruo. Se fijo en el chico que tenía delante. Se había cruzado con mucha gente extraña en esa semana, todos hombres, todos jóvenes…

– ¿Y  tú eres…?– le pregunto con una mirada inquisitoria.

– No te importa. No le hagas esperar. – dijo dándose la vuelta y caminando.

Liane se levanto de un salto y le siguió. Subieron unas escaleras, luego recorrieron algunos pasillos, llegaron a una torre y después más escaleras. Poco después llegaron a una puerta de madera. El chico extraño la abrió y le dejo pasar, cerrando la puerta detrás de ella.

 Se encontraba en una sala circular, muy grande, con extrañas máquinas por todos lados. Había una sola ventana, pequeña, que no dejaba entrar demasiada luz. En la sala había dos personas. Una era Mario, y la otra era el hombre del bigote blanco, el que había visto en la sala de los sótanos, cuando todo cambio para ella, era el Doctor.

Parecían hablar tranquilamente, pero en la mirada de Mario había un odio indescriptible. Cuando notaron su presencia callaron y la miraron.

– Liane, querida. – saludo el Doctor con una sonrisa forzada. –acércate. Tú, Mario, vete.

Mario entrecerró los ojos y sin una palabra se fue. Liane se quedo sola con aquel hombre, que la miraba sonriendo. Estuvieron unos segundos callados y entonces hablo el Doctor.

– Esta noche será tu primera transformación. – calló un momento como esperando que ella dijera algo. Pero como no lo hizo el Doctor prosiguió– no voy a negarte que tengo muchas esperanzas en ti. Si todo sale bien serás una criatura fascinante. – la miro con ojos soñadores– Mi primera obra en una mujer. Te va a doler, pero no te preocupes.

Liane no entendía porque se preocupaba, todo era por su culpa.

– ¿Por qué yo? – fue lo único que preguntó

– ¿Por qué tú qué?-dijo sin dejar de sonreír.

– ¿Por qué me elegiste a mi? Hay miles de mujeres por el mundo. ¿Por qué yo? –repitió.

– Alguna tenía que ser. Y no fui yo quien te eligió, sino Mario.  Deje la elección en sus manos. Lo único que le pedí fue una chica a la que no se le echara de menos y que fuera algo interesante.

Entonces la culpa la tenía Mario. Empezó a sentir angustia.

“¿Si una persona hace algo malo pero no ha tenido elección, entonces es realmente culpa suya?” Eso fue lo que le dijo. Pero si que era su culpa, por su culpa viviría entre monstruos, siendo uno de ellos, por su culpa no podría ser feliz nunca más.

– Anochecerá dentro de unas horas. Mandaré a alguien a buscarte cuando sea el momento. Vuelve a tu habitación.  –ordenó. Y por qué no iba a ordenárselo, ahora ella era una obra suya, debía hacer lo que él dijera.

Entro a su habitación dando un portazo. La luz del atardecer iluminaba la sala. Se arrodillo en la cama y miro por la ventana. Ya quedaba menos, no sabía cómo sentirse, aquella era su vida y no quería que nadie la controlara. Todo esto por culpa de Mario. De pronto quería huir, salir corriendo. Quizás si corría lo suficientemente rápido su destino no le alcanzaría. Era una idea descabellada, pero en ese momento no podía pensar nada mejor. Rápidamente salió de su habitación, corrió por los pasillos hasta dar con la puerta de entrada, la abrió y salió como alma que lleva el diablo. Vio unas luces a lo lejos. Un pueblo. Corrió hacia allí siguiendo un camino. Las últimas luces del día se apagaron, la oscuridad lo empezó a cubrir todo. Y entonces un terrible dolor le cruzo el cuerpo. Liane se paró en seco, llevándose las manos a la cabeza y con un grito de dolor cayó al suelo.

Lo prometido es deuda. Aqui teneis el capitulo. Espero que os guste, votad y comentad porfa. :)

Las fases de VenusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora