Érase una vez un joven que vivía en un pueblecito en Rusia. Se iba a casar, y él y un amigo suyo se prepararon para ir al pueblo donde vivía la que iba a ser su esposa, que estaba a dos días de camino.
La primera noche los dos amigos decidieron acampar junto al río. El joven que se iba a casar descubrió un palo de aspecto extraño en el suelo, que apuntaba hacia él como si fuera un dedo huesudo. Él y su amigo comenzaron a hacer bromas sobre el palo que parecía un dedo huesudo sobresaliendo del suelo, y el joven que se iba a casar tomó el anillo de oro de casamiento de su bolsillo y se lo puso en el extraño palo. Luego empezaron a hacer la danza ceremonial alrededor del palo; él dio tres vueltas entorno al palo anillado y cantó la canción judía de casamiento, y recitó los sacramentos mientras bailaba. Él y su amigo no dejaron de reír en todo momento.
Su diversión se detuvo repentinamente cuando la tierra comenzó a temblar y a agitarse bajo sus pies. El sitio donde se clavaba el palo se abrió de repente y un cadáver manchado de barro emergió, vivo, con el aspecto de haber sido una novia, pero ahora más semejante a un esqueleto sustentado por tiras de piel, todavía ataviado con un viejo vestido de boda de seda blanca. Gusanos y telas de araña se habían aferrado a un corpiño de perlas y cuentas viejo y un velo hecho jirones.
Los dos jóvenes estaban espantados.
—¡Ah! —dijo ella—. Has hecho la danza matrimonial y pronunciado los votos, y has puesto un aniño en mi dedo. Ahora somos marido y mujer, y demando mis derechos como novia.
Estremecidos de terror por las palabras de la novia cadáver, los dos jóvenes huyeron hacia el pueblo donde estaba la joven novia esperando a casarse. Se dirigieron directamente al rabino.
—Rabino —preguntó el joven sin aliento—, tengo una pregunta muy importante que hacerte. Si por alguna razón alguien caminara por el bosque y de repente viera un palo con la forma de un largo dedo huesudo saliendo del suelo y se le ocurriera poner un aniño de oro de boda en él y hacer la danza ceremonial y pronunciar los votos de casamiento, ¿será un matrimonio real?
Mirando con evidente sorpresa, el rabino pregunto:
—¿Conoces una situación semejante?
—Oh, no. No, por supuesto que no. Es solo una cuestión hipotética.
Acariciándose la larga barba, pensativo, el rabino dijo:
—Déjame pensar sobre esto.
Y justo entonces una gran ventisca abrió la puerta de golpe, y caminó hacia el interior la novia cadáver.
—Reivindico a este hombre como mi marido, pues ha colocado su aniño en mi dedo y pronunciado con solemnidad los votos matrimoniales —dijo ella, y mostró su dedo huesudo, aquel en el que llevaba el anillo de oro, al destinado a ser su marido.
—Esto es, en verdad, algo muy serio. Tendré que consultar con los otros rabinos —dijo el rabino.
Tan pronto como llegaron los rabinos de los pueblos circundantes se reunieron. Mientras tanto, los dos jóvenes esperaban ansiosos el veredicto final.
La novia cadáver esperó en el porche dando golpecitos con el pie, declarando:
—Quiero celebrar mi noche de bodas con mi marido.
Aquellas escalofriantes palabras hicieron que se erizara todo el cuerpo del joven, aunque fuera un cálido día de verano.
Mientras los rabinos se reunían, la verdadera novia, la humana, llegó queriendo saber qué era todo ese escándalo. Cuando su prometido le explicó lo que había sucedido ella comenzó a llorar.
—Oh, mi vida está arruinada. Todas mis esperanzas y sueños están destrozados; nunca me casaré, nunca tendré una familia.
Justo entonces los rabinos salieron diciendo:
—¿Pusiste de verdad el anillo de oro en el dedo, y bailaste a su alrededor tres veces, y pronunciaste los votos matrimoniales de principio a fin?
Los dos jóvenes que se habían refugiado en una esquina lejana asintieron con las cabezas.
Con una mirada seria los rabinos volvieron a reunirse, y la joven novia volvió a llorar amargamente, mientras la novia cadáver se regodeaba por ahora en la perspectiva de tener su esperada noche de bodas.
Después de un rato, los rabinos marcharon con solemnidad, tomaron sus asientos, y anunciaron:
—Desde que pusiste el anillo de boda en el dedo de la novia cadáver, danzaste tres veces a su alrededor y recitaste los votos maritales, hemos determinado que eso constituye una legítima ceremonia. Pese a eso, hemos decidido que los muertes no pueden reclamar sobre los vivos.
Se escucharon suspiros y murmullos desde todas las esquinas, especialmente de la joven novia, que respiraba aliviada.
La novia cadáver, sin embargo, aulló:
—¡Oh, ahí va mí última oportunidad en la vida; nunca veré mis sueños realizados ahora! ¡Se han perdido para siempre! —y cayó sobre el suelo.
Era una visión patética, un montón de huesos ataviados con ropajes de boda, tirados así, sin vida.
Superada por la compasión hacia la novia cadáver, la joven novia se arrodilló y recogió hasta el último viejo hueso, con cuidado de no rasgar la ya estropeada seda, y sosteniendo cerca, medio cantando medio murmurando, como si acunara a un niño:
—No te preocupes; pues yo viviré tus sueños por ti, viviré tus esperanzas por ti, tendré hijos por ti, y suficientes para que los dos, y tú, podamos descansar en paz sabiendo que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos están bien cuidados y no nos olvidarán.
Con ternura cerró los ojos de la novia cadáver, y con cuidado la sostuvo en sus brazos y vigilando sus pasos marchó hacia el río con su frágil carga, y la dejó donde cavó una tumba superficial para ella, cruzando sus brazos sobre su pecho de hueso, también el que llevaba la mano con el anillo, y la envolvió en el vestido de novia.
Luego susurró:
—Que descanses en paz; no te preocupes, viviré tus sueños por ti, y no te olvidaremos-.
La novia cadáver parecía feliz y en paz en su nueva tumba, como si supiera de alguna manera que se realizaría a través de aquella joven novia. Y la joven cubrió, con cuidado, a la novia cadáver con tierra, rellenando la tumba, y puso flores silvestres para decorarla, y piedras a su alrededor.
Luego la joven novia volvió junto a su prometido y tuvo lugar su boda, con una ceremonia muy solemne, y vivieron felices juntos muchos años. Y todos sus hijos y nietos y sus bisnietos supieron la historia de la novia cadáver, y así no cayó en el olvido, ni tampoco se olvidó la sabiduría y la compasión que ella les había enseñado.
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El Cadáver de la Novia
RomanceLa verdadera historia tras la película "El Cadáver de la Novia" Esta historia no me pertenece, todos los derechos a su respectivo creador.