Cap. 16: Oh no...

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Hay veces que la vida te da alegrías, oportunidades y felicidad.

Curiosamente, cuando tienes una época agradable en tu vida, todo se torna negro para hacerlo insoportable.

Os voy a hablar de que, las cosas malas, no solo le pasan a las personas malas.

Aquél día empezó como otro cualquiera.

Me levanté y me fui al lavabo, me duché con los ojos pegados y, cuando salí de la ducha, me miré fijamente al espejo.

—Hmm...—Gruñí.—Hay algo que no me encaja...—Me rasqué un poco la barbilla y entonces me di cuenta.—¡Ah! Me está saliendo barba.—La miré disgustado.—No me gusta la barba.—Abrí uno de los cajones que se encontraban debajo de la pica y saqué una maquinilla, de esas de usar y tirar. En el otro cogí la espuma.—Bien. ¡Barba fuera!

Empecé a ponerme la espuma con algo de dificultad y, cuando ya estuvo todo mínimamente cubierto, cogí la cuchilla y empecé a deslizarla a contra pelo. Mi padre entró en aquél momento al baño.

—¡Anda! ¿Te afeitas ya?—Preguntó sorprendido.

—Pues claro, soy un chico.—Le respondí.

—Claro que sí. Supongo que te estás haciendo mayor.—Sonrió.—Y pensar que hace nada aún eras un niño. Y mírate ahora, ya eres todo un adulto.

—¡Papá!—Solté avergonzado.

—Pero lo haces mal. Mira, deja que te ayude.—Se acercó a mí y me mostró cómo hacerlo.—¿Lo ves?—Volvió a repetir el movimiento.—Así.

—Entiendo.—Lo imité.

—¡Bien! Venga, te dejo el resto a ti.—Salió del lavabo.—¿Lo has visto María? Nuestro hijo ya se afeita.—Dijo por el pasillo.

Por el jaleo Dani se despertó y se dirigió al baño también.

—Te ves muy adorable cuando te afeitas.—Añadió.

—¿Por qué a todo el mundo le asombra tanto? No es tan interesante.—Seguí con la tarea.

Se acercó a mí y me cogió de forma delicada por la cadera.

—Porque te ves muy adorable, ya te lo he dicho.—Suspiré.

—No es para tanto.—Acabé.—¿Ves? Ya está.—Me enjuagué la cara con el agua del grifo.—¡Sin barba!—Me dio un pequeño beso en la mejilla.

—Voy a ducharme.—Me advirtió.—A no ser que quieras verme...

—Sí, sí, ya me voy.—Le corté, saliendo del cuarto de baño.—Cuando acabes baja a desayunar.—Dije desde el pasillo.

En el comedor se encontraba mi hermana, Cris, hablando por el móvil. Por lo que pude escuchar estaba hablando con Oscar, planeando una cita o algo así, habían quedado en el parque de la Ciutadella, en la estatua del mamut. Que yo recuerde siempre quedaba en aquella estatua. Lo más impresionante de ese mamut es que está hecho a tamaño REAL, por lo que es realmente grande. Pero bueno, no hablaremos de mi ciudad. Acabó la conversación y dejó el móvil en la mesa, tirándose a peso muerto en el sofá.

—Buenos días dolor de cara.—La saludé y ella hizo una mueca de desagrado.

—Lo mismo digo.

—¿"Lo mismo digo"? ¡Qué poco original!—Me burlé, riéndome.

—¡Ay, cállate!—Me tiró un cojín en la cara.

—¿Te crees que me haces daño? Puedo ganarte con una sola mano.—La reté.

—¡Mamá! ¡Gabri no para!—Se quejó.

—¡Eh, eso no vale!

—Ya vale, parad los dos ya.—Nos riñió mi padre.

—¡Ha empezado él!—Replicó Clara.

—Me da igual quién haya empezado. Venga, ayudad a vuestra madre a preparar el desayuno.—Dani apareció, ajeno a la escena.

—¿Qué pasa aquí?

Nadie le respondió.

En unos minutos ya estábamos todos sentados en la mesa y disfrutando de un delicioso desayuno.

Aunque aún era verano mi padre trabajaba por aquellas fechas, así que terminó con rapidez su desayuno y se dispuso a llevar el bol de cereales a la cocina. Pero cuando caminó unos cuantos pasos perdió el equilibrio como si hubiera tropezado con algo, cayendo al suelo.

—¡Adam!—Mi madre se levantó a socorrerlo.—¡Adam, ¿Estás bien?!—Lo levantó y nos acercamos a ayudar.—¿Qué ha pasado?

—N-no lo se...—Se tocó la frente.—Lo veo todo borroso.—Observó a su alrededor.—Estamos... en la cocina, ¿verdad?

—Sí cariño. Venga, te llevaremos al hospital—Nos dirigimos en silencio hacia el coche.

El trayecto hasta el hospital no era muy largo, pero me pareció una eternidad. A veces, mi padre no sabía dónde se encontraba, y era realmente desagradable para nosotros. Cuando llegamos ingresamos de urgencias, que costó lo suyo. Estuvimos hasta pasada la media hora esperando en una brillante sala de espera. Y mi padre cada vez sudaba más aquél sudor frío que sueles tener cuando no te encuentras bien. Cuando al fin nos atendieron entraron a mi padre a una sala y le hicieron pruebas por hora y media. Durante la espera no pude evitar que me entrara hambre. Me dirigí a una máquina exprendedora y cogí un paquete de galletas.

—¿Cómo puedes comer en un momento como este?—Preguntó Cris sorprendida.

—No es culpa mía, me entra hambre cuando me pongo nervioso.

Mi madre no paraba de dar vueltas por la sala, de arriba a abajo, constántemente pendiente de la puerta celeste.

Al fin, después de mucha espera, salió un médico con expresión seria.

Oh no.

—¿Señora Clariana?-Preguntó mirando una hoja.

—Sí, soy yo.—Respondió mi madre.

—Siento decirle que hemos encontrado problemas de memoria y cambios en otras funciones mentales como la coordinación o la orientación en su marido. Sospechamos que se deba a la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Esta enfermedad es causada por una proteína llamada prión, la cual provoca que las proteínas normales se plieguen de manera anormal. Esto afecta la capacidad de otras proteínas para funcionar. ¿Me entiende?—Ella asintió con la cabeza.—El señor Martín deberá pasar la noche en el hospital.

—C-comprendo...—Tartamudeó.

—Puede irse a casa o puede quedarse, como desee. Lo que queda de día y la noche transcurrirán con normalidad. Mañana por la mañana los reuniremos a todos para explicarles los avances de las pruebas.

—Gabri, cariño. Véte a casa. Iros a casa los tres.—Nos miró con los ojos vidriosos.

—Pero...—Cris quiso decir algo, pero no lo hizo.

—Si se queda podrá estar en compañía del señor Martín la mayoría del tiempo y tendrá acceso libre al comedor.—Asintió.

—Me quedo.

—Bien, sígame.—Entró a la sala.

—Ya verás como todo sale bien y mañana estamos todos juntos en casa, otra vez.—Mostró una forzada sonrisa antes de seguir al médico.

Abracé con fuerza a Daniel.

—No me gusta como suena esto...—Me acarició el pelo.

En aquél momento Cris estaba hablando con Oscar por teléfono, cancelando la cita.

—No te preocupes, ya verás como todo sale bien.

Pero nadie nos aseguraba que las cosas iban a salir bien.

Sweetie (inacabada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora