Cecilia

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Me encontraba en la acera, esperaba quince minutos antes, con impaciencia, el bus de las cinco  y treinta para lograr llegar a las siete de la mañana a la universidad

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Me encontraba en la acera, esperaba quince minutos antes, con impaciencia, el bus de las cinco  y treinta para lograr llegar a las siete de la mañana a la universidad. Estaba atenta, casi ni parpadeaba, miraba constantemente las montañas y esperaba, con ansias, la lucecita que se veía a lo lejos que confirmaba que, después de tres curvas, el bus estaría pasando frente a mí. No hacía más que mirar el reloj negro de mano que usaba al revés para ver la hora de manera más inmediata. Zapateaba, me hacía rulos en el cabello con los dedos y suspiraba constantemente. Pasó un minuto y desde lejos observé las luces, saqué la tarjeta y esperé. Estiré la mano y el bus blanco con líneas rojas, se detuvo. Me acomodé la maleta, abordé y las puertas se cerraron.

-Buenos días -dije.

-Buenos días, señorita -me respondió el conductor.

El bus empezó a avanzar y observé el panorama. Se encontraban las mismas personas de siempre. Viajaba el joven de corbata y maleta de mano que se bajaba en el banco La Economía, la señora Ruth y sus dos amigas que iban a la clase de crochet, Angelito el ahijado de mi papá que vivía a tres kilómetros y dos señores que no conozco, pero siempre tienen mucho cansancio en la mirada.

Entre paso y paso me sostenía de las sillas esquineras, cuando estaba llegando al final, el conductor frenó de manera inesperada y logró que, con impulso, me sentara bruscamente en el puesto del medio de la última hilera que estaba completamente v...

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Entre paso y paso me sostenía de las sillas esquineras, cuando estaba llegando al final, el conductor frenó de manera inesperada y logró que, con impulso, me sentara bruscamente en el puesto del medio de la última hilera que estaba completamente vacía. Despeinada, miré hacia adelante, alcanzaba a ver el rostro de quien manejaba, reflejado en el retrovisor. Se le veía disgustado, pues fruncía el ceño constantemente y no sonreía. Crucé las piernas y miré hacia la izquierda, conforme el bus andaba, avanzaban los árboles, las montañas y el cielo. Llovía, pero empezaba, lentamente, a intentar salir el sol. Me corrí hacia la ventana en modo de espera para  percibirlo. Odio el sol, pero ¿a quién no le cae bien el primer rayito de la mañana? me puse los audífonos y me recosté en la ventana.


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⏰ Last updated: Mar 14, 2019 ⏰

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CeciliaWhere stories live. Discover now