http://19_UN DÍA DE CALMA IMPOSIBLE

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Al día siguiente Hange y Levi conectaron sus respectivas cámaras web y mantuvieron la conversación más larga, profunda e íntima desde que La Sombra uniera sus vidas.

El chico de la habitación había pasado la noche en vela, muerto de preocupación tras recibir aquella petición de socorro desde Dresslandia. Durante las siguientes horas había intentado conectar reiteradas veces con ella por Facebook, pero siempre de forma infructuosa.

La noche anterior, consciente de que Levi debía de estar esperando noticias suyas y deseosa de agradecerle su providencial intervención, Hange se había metido en la cama con la intención de esperar a que su tía se durmiera para levantarse furtivamente y encender la computadora.

Sin embargo, el sueño la acabó venciendo. Tan agotada estaba que había dormido hasta pasadas las doce de la mañana y al despertar se sintió terriblemente culpable.

Aunque debía ir al colegio, la tía Liz la había dejado descansar y ella misma se había ausentado de su trabajo alegando fiebre para, así, cuidar de su sobrina.
Ambas se iban a tomar el día libre. Su tía decidió que, dada la angustia y el estrés al que habían estado sometidas en las últimas horas, les sentaría bien que les diera el aire.

Por ello insistió en dar un paseo, ir a comer a la pizzería favorita de Hange y, por la tarde, entrar en un cine para ver alguna película. Podía parecer una imprudencia salir a la calle después de los recientes acontecimientos, pero el inspector Harry les había asegurado que, aun cuando ellas no se dieran cuenta, habría un agente vigilándolas en todo momento.

—Si nos quedamos encerradas aquí nos volveremos locas —le había dicho la tía Liz para convencerla de que salieran a despejar la cabeza.

Hange sólo tenía ganas de entrar en Facebook para comunicarse con Levi, pero cuando hizo el amago de sentarse frente a la computadora, su tía estalló en cólera:

—¡¿Es que no has aprendido nada?! Si no fuera por la maldita computadora, no habría pasado nada de esto.
—Pero, tía...
—Ni peros ni nada. Si tus padres, que en paz descansen, estuvieran aquí, se habrían indignado tanto que ni siquiera te dirigirían la palabra... Y a mí tampoco. Si vieran lo mal que los he criado, lo mal que los he protegido, lo mal que lo he hecho todo, no querrían volver a saber nada de mí.

Tras decir esto, Liz rompió a llorar con tanto desconsuelo que Hange no pudo más que abrazarla y pedirle perdón. Se sentía fatal.

Ella no quería traer todo ese dolor a su casa y ahora se daba cuenta de que, si hubiera acudido a los adultos desde un principio, probablemente su hermano ya estaría a salvo.

—Arréglate y vamos a dar un paseo —dijo al fin su tía, aceptando las disculpas de esa sobrina a la que amaba con locura—. Es mejor que nos distraigamos mientras esperamos a que la policía nos llame.
—Tía...
—¿Qué?
—Te quiero mucho y seguro que si papá y mamá estuvieran aquí te agradecerían todo lo que estás haciendo por nosotros.
—Gracias, mi niña —respondió Liz, acariciando la cara de su sobrina—. Pero vamos a dejar de llorar como unas magdalenas, que tantas lágrimas harán que nos salgan arrugas.

Así pues, sintiéndolo mucho, Hange tuvo que dejar a Levi enfrentado a una terrible incertidumbre.

Ni ella ni su tía pudieron relajarse ni disfrutar lo más mínimo de tan extraña jornada. Alex seguía secuestrado y eso pesaba enormemente sobre sus conciencias.

Liz se pasó el día fingiendo que estaba tranquila y se mostró en todo momento solícita, pero, cuando creía que su sobrina no la miraba, su rostro se ensombrecía, sus manos estrujaban el bolso y los ojos se le humedecían.

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora